Liturgia Viva – San Gregorio Magno, papa y doctor de la Iglesia
SAN GREGORIO MAGNO, Papa, Doctor de la Iglesia
Introducción
Gregorio Magno (540-604), uno de los cuatro Padres de la Iglesia nació en Roma en el seno de una familia patricia y llegó a ser gobernador de su ciudad. Pero, pese a que sus inquietudes políticas lo llevaron al cargo, pronto renunció a su cargo y se hizo monje benedictino. Tras la muerte de su padre, transformó la residencia familiar en un monasterio. Sus cargos y dotes de buen administrador en la Iglesia de la época lo llevaron a ocupar la sede del papado.
En tiempos realmente difíciles, se destacó por preocuparse de los socialmente pobres y necesitados, por reconciliar las diversas facciones dentro de la Iglesia, por crear relaciones cordiales con la Iglesia de España y Francia y por evangelizar a Inglaterra. También reformó la liturgia romana. Lo honramos hoy especialmente como un reformador de la Iglesia y como “siervo de los siervos”, tal como se llamó a sí mismo.
Oración Colecta
Señor Dios nuestro:
San Gregorio Magno siguió a Jesús, tu Hijo,
en su entrega a ti
y en su servicio al pueblo a él encomendado.
Que el Espíritu de Jesús viva en nosotros
y nos disponga a llegar a ser, como tu Hijo,
vulnerables y sencillos,
de forma que podamos servirnos unos a otros,
especialmente a los más débiles de nuestros hermanos.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Oración sobre las Ofrendas
Dios de todos los hombres:
Al entregársenos Jesús a sí mismo
en la mesa de la eucaristía
en estos signos de pan y vino,
que él nos colme con su amor.
Un amor que nos haga entender
que uno es grande cuando sirve a los otros
y cuando emplea su vida
para ofrecer a los hermanos una oportunidad
para vivir y ser libre.
Danos la gracia de no buscar otra recompensa
que compartir el destino de Jesús,
Señor y Salvador nuestro
por los siglos de los siglos.
Oración después de la Comunión
Oh Dios, lleno de amor y ternura:
Tu Hijo Jesús ha estado con nosotros
en esta celebración eucarística
como el servidor de todos.
Que él disponga nuestros corazones
y los colme con el valor necesario
para comprender y aceptar a los otros,
para acompañarlos por el camino de la vida,
para sufrir con sus penas
y regocijarnos con sus alegrías,
para que los sirvamos con y como Jesús,
nuestro Señor y Salvador
por los siglos de los siglos.