Comentario – Homilía
Queridos hermanos, paz y bien.
Hoy escuchamos en la primera lectura cómo muere san Esteban. El esquema de su muerte nos recuerda al de la muerte del mismo Jesús. En ambos casos, la acusación es injusta, y los dos mueren perdonando a sus asesinos. Evidentemente, hay una intención en todo esto, una enseñanza para que los discípulos del siglo XXI, como los primeros discípulos, sepamos cómo reaccionar ante las injurias y las calumnias.
En este relato, además, aparece un joven Saulo, azote de cristianos, que aprobaba la ejecución. A lo largo de estos días, iremos viendo su evolución. No hay nada que el Espíritu Santo no pueda cambiar. Ni siquiera aquello que a nosotros nos parece imposible, como nuestra ira, nuestro egoísmo, nuestros defectos…
Jesús sigue educando a sus seguidores. Hoy les sorprende con una nueva afirmación. “Yo soy el Pan de vida”. Mejor que el maná del desierto, que al final resultaba insípido por repetitivo. Entendemos que tendremos hambre y sed cada día, porque es lo natural. Pero los interlocutores de Jesús querían vivir sin hambre y sin sed. Literalmente. Otra vez las motivaciones, de las que hablábamos ayer.
Con Cristo las cosas se pueden ver de otra manera. Porque Él es la Sabiduría que se nos da en su Palabra y en su Cuerpo, el verdadero Pan de Vida. Sólo Él puede saciar nuestra hambre y sed de paz y de perdón, de justicia y de felicidad. Otras maneras de saciarnos (el poder, el orgullo, el placer…) nos dejan con ganas de más. No pueden llenarnos.
Pidámosle al Señor que de verdad Él sea el pan que sacie nuestra hambre. Que nos dé siempre de ese pan que es su Cuerpo. Para que sepamos ver a Dios en todos los sucesos de nuestra vida.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro Carbajo, C.M.F.