Comentario al Evangelio del viernes, 8 de diciembre de 2023
Miguel Tombilla, cmf
En este día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María celebramos que el pecado y sus consecuencias no tienen la última palabra y que Dios sigue haciendo presencia misericordiosa en medio de la humanidad.
Con en el relato de la anunciación a María se escenifica el poder de la misericordia que preserva y que capacita para decir sí con la vida. El ángel comienza con el saludo que es el del mismo Dios: “Alégrate María”. La palabra que a veces olvidamos o desechamos otras veces. La historia de la carne de Dios comienza con esta invitación: alégrate. Y nos alegramos en la alegría de esa media niña todavía que casi no entiende lo que está pasando ni lo que va a pasar (ya tendrá tiempo de ir viviéndolo poco a poco, de ir guardándolo en su corazón que entiende desde lo profundo).
Después, casi inmediatamente, la llamada a no tener miedo, cuando lo normal es tenerlo. Pero parece que Gabriel casi le susurra estas palabras para que la tranquilidad se vaya posando: no tengas miedo… María me imagino que seguiría temiendo debido a la descripción de su hijo que el mensajero le hacía… Y por no saber muy bien qué significaba aquello de la sombra del Altísimo que la cubriría o lo de su prima Isabel (de eso se alegra mucho). Pero, quizás, lo que más convenza a su corazón agitado pero esperanzado es la frase final de Gabriel: “Para Dios no hay nada imposible”. En ese instante el “sí” se fue abriendo paso del estómago, pasando por el corazón hasta llegar a los labios: SÍ, así en mayúsculas y negrita, aunque lo pronunciase casi como un susurro.
Y el ángel, alegrándose como en el anuncio a esa chiquilla, salió casi de puntillas para no romper la hermosura de esas dos letras: SÍ.