Comentario al Evangelio del viernes, 3 de julio de 2020
Fernando Torres cmf
Celebramos la fiesta de santo Tomás. Fue uno de los doce apóstoles elegidos por Jesús. Según la tradición terminó llevando la buena nueva de Jesús hasta la lejana India. En el Evangelio figura como el hombre de la poca fe, que no se fía de lo que le dicen los demás apóstoles. Él tiene que ver y tocar para creer.
¿Han pensado ustedes que la mayoría de los 12 apóstoles permanecen casi en el anonimato? Se sabe poquísimo de ellos. Casi se podría decir que son personajes secundarios en los relatos de los Evangelios. Como los actores secundarios de las películas que apenas sirven para hacer bulto en las escenas y que no tienen más que una frase o dos en dos horas de película. Y a veces no son siquiera frases o actuaciones que nos hablen de lo buenos que eran o de las cualidades que tenían sino más bien lo contrario.
Pero están ahí. Y su presencia nos dice algo. Lo primero de todo, me recuerda que Jesús no elige a los mejores sino a los que quiere. Me recuerda aquello de Pablo de que “llevamos nuestro tesoro en vasijas de barro” (2 Co 4,7). Lo importante es el mensaje no el mensajero. No conviene que el mensajero se ponga en el centro sino que anuncie el mensaje. ¿Quién mejor para anunciar el mensaje sino personas normales, con sus defectos y limitaciones, tan necesitadas como cualquier otra persona de la misericordia y compasión de Dios? Eso son los apóstoles: personas normales, gente sencilla y pobre, sin demasiados estudios. Pero experimentaron en Jesús la presencia del Dios de Amor, de la Vida, y de eso dieron testimonio.
En segundo lugar, los apóstoles nos recuerdan que todo en la vida necesita tiempo. No fue un proceso automático el convertirse en testigos. Necesitaron mucho tiempo con Jesús para entender un poco quién era. Algunos de ellos, como es el caso de Tomás, incluso después de la resurrección seguían con sus dudas, sin ver claro. Nosotros también necesitamos tiempo. No podemos pretender ser santos al primero golpe. A lo largo de nuestra vida vamos a meter la pata, a veces gravemente, varias o muchas veces. Eso no es ni bueno ni malo. ¡Somos así de limitados! Lo importante es mantener abierto el diálogo con Jesús y estar dispuestos a aprender de él, a dejar que nos llene con su misericordia, con su amor, con su perdón. Lo importante no es ser santo desde el mismo momento de nuestro nacimiento o de nuestro bautismo o de nuestra confirmación. Lo importante es entrar en un proceso en el que vamos dejando que Jesús nos lleve de la mano, con nuestras dudas, con nuestras limitaciones, hasta el encuentro con el Padre, que es todo Amor y Misericordia. Lo importante es dar testimonio de que ese amor puede llegar a todos, que no es exclusivo de nadie.
Y, en tercer lugar, se dice en la Iglesia que los obispos son sucesores de los apóstoles. Pues bien, hay que tener mucha paciencia y comprensión y tolerancia con ellos. Como los apóstoles, ellos son gente normal, con sus dudas, con sus limitaciones, con su pecado. Como los apóstoles, necesitan tiempo, están en el proceso. Caminan con nosotros. Pero eso no significa que ellos conozcan el camino mejor que nosotros. Sólo significa que el Señor les ha encomendado esa tarea. Hay que orar por ellos, tenerles mucha paciencia y comprensión y, de vez en cuando, decirles lo que pensamos sin miedo, que eso también les ayudará a ellos a ser mejores apóstoles. Como hizo Jesús con Tomás.