Comentario al Evangelio del viernes, 15 de octubre de 2021
CR
Queridos hermanos:

Esta observación nada quita a este texto evangélico tan bello. Podemos distinguir tres tiempos. Comienza en tono de oración al Padre, igual que en el momento sublime de la Última Cena. Jesús se arranca con una acción de gracias al Padre por la actitud de los sencillos de corazón, capaces de abrirse y comprender el don de Dios. Y Dios se revela a los humildes; nos descubre su misterio, su intimidad: El Padre ama y conoce al Hijo, y el Hijo conoce y ama al Padre. Y Jesús, el Hijo, nos descubre al Padre del cielo. Cómo resuena aquí el evangelio de San Juan: “El Padre ama al Hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas”. Desde esta intimidad queda clara la invitación de Jesús: “Venid a mí”. Pongamos rostro y voz a esta invitación del Señor: “Venid a mí”. No hacía falta, pero nos explica la razón: seguir a Jesús es exigente, pero no agobiante; su yugo es suave y su carga ligera. Qué lejos y diferente de los fariseos que echaban fardos pesados, llenos de preceptos inútiles, sobre las espaldas de la gente.
Que el Señor nos haga sencillos de corazón. Así, vacíos de nosotros mismos, nos llenará de la intimidad de su misterio divino. “Quien a Dios tiene nada le falta”, nos recuerda Teresa, la religiosa carmelita. Seguir a Jesús resulta grato, porque a las exigencias del Reino las dulcifica el amor. Y, si alguna vez nos despistamos, pronto sentiremos la voz suave del Maestro: “Venid a mí”.

