Comentario al Evangelio del sábado 24 de mayo de 2025
El amor y el odio
Resulta paradójico que concluyamos una semana dedicada a meditar sobre el amor con una advertencia acerca del odio. Jesús nos avisa de que es más que probable que la respuesta del mundo al amor procedente de Dios que hemos recibido de Él y que debemos practicar como norma de nuestra vida, sea el odio. Es una llamada a mantener la calma, a no responder al odio con odio, sino a perseverar en el amor.
Podemos preguntarnos cómo es posible que el amor cristiano provoque la respuesta del odio. El amor es, en realidad, lo más exigente que hay, más que cualquier ley, porque no impone un determinado comportamiento externo, sino una entrega total, de corazón, que conlleva renuncias y sufrimientos. Y “el mundo”, es decir, ese viejo mundo que “yace bajo el poder del maligno” (cf. 1 Jn 5, 20), del que todos venimos, prefiere vivir para sí, en la calidez de los pequeños egoísmos o las grandes ventajas, con un mínimo de amor (para no ahogarse), siquiera a los más cercanos, aunque se rompa con tanta facilidad y frecuencia. Este mundo rechaza esa llamada exigente a la entrega total, que supone vivir a la intemperie, como Jesús en la cruz. Por eso, dice Jesús, el mundo lo ha odiado a Él y, en la medida en que vivimos como Él vivió (cf. 1 Jn 2, 6) y lo hacemos así presente, también nosotros nos atraemos el odio del mundo.
La advertencia de Jesús está llena de sentido, porque, puesto que ese viejo mundo sigue presente, no solo a nuestro alrededor, sino también en nosotros, tenemos la tentación de responder al odio mundanamente, a la defensiva, con un odio proporcional (o mayor). Y, haciendo así, resbalamos a ese mundo viejo, abdicamos de nuestra vocación de cristianos. Para evitar esa tentación, debemos permanecer en Él, vivir en su nombre, conocer al que lo ha enviado.
Y esto es esencial, porque este mundo que nos odia, porque odia a Cristo, en el fondo de su ser lo anhela y lo necesita, lo llama, nos llama a nosotros para que le transmitamos el Evangelio de la salvación, como el macedonio del sueño de Pablo. Ser fuertes en amor frente al odio del mundo nos habilita para la misión y prolonga en nosotros la presencia de Cristo.
Saludos cordiales,
José M. Vegas cmf
http://josemvegas.wordpress.com/