Comentario al Evangelio del sábado, 18 de julio de 2020
Edgardo Guzmán, cmf.
Queridos amigos y amigas:
En la primera lectura que nos propone la liturgia de este día encontramos una denuncia del profeta Miqueas. Este profeta, venido de una aldea, es llamado a desempeñar su misión en la corte de Jerusalén donde encuentra a otro profeta extraordinario: Isaías del cual recibe un gran influjo. Miqueas denuncia la idolatría y la injusticia social, responsabilizando a los jefes del pueblo (corte real, sacerdotes, profetas), en dicha denuncia viene también señalada la población entera. Nadie mejor que un campesino pobre, sin vínculos con el templo o la corte, puede desenmascarar y poner en evidencia los vicios de una ciudad como Jerusalén que vivía adormecida en la ilusión de una falsa seguridad.
El oráculo que constituye el presente texto litúrgico, es una denuncia contra aquellos que, siendo ricos, hacen de todo para acaparar siempre más, usurpando casas y terrenos a sus legítimos propietarios sometiéndolos incluso a la esclavitud. En este estado de cosas, en la cual los pocos ricos se hacen cada vez más ricos y los pobres, la gran mayoría, se hacen cada vez mas pobres, el profeta eleva su voz que proclama el juicio de Dios. Aquellos que privan a los demás de sus bienes legítimos reduciéndolos a esclavos, excluyéndolos con ello de la participación en la promesa de la tierra da por Dios, ellos mismos serán a su vez esclavos y no verán la tierra. Miqueas expresa el castigo divino con la metáfora del yugo: como el yugo impide a los hombres esclavos o prisioneros y a los animales de alzar la cabeza, así será la justicia que viene de Dios que no permitirá que el malvado camine con la cabeza erguida. ¡Cuánta actualidad tiene esta profecía de Miqueas en nuestros días!
El haber trasgredido la ley del reposo sabático le merece a Jesús el complot de los fariseos, los cuales formulan el propósito (por primera vez según la versión de Mateo) de asesinar a Jesús. Jesús reacciona continuando con su actividad sanadora y todos aquellos que lo siguen son sanados sin excepción. Esta actividad curativa de Jesús, en el contexto del milagro apenas realizado (cf. Mt 12, 10-13), dan razón del amor misericordioso de Dios, que Jesús viene anunciando y que constituyen el centro de su mensaje.
De este modo el evangelista ve realizada en Jesús la profecía de Is 42, 1-4, en la cual es presentada la figura del siervo de Yahvé. Elegido y enviado por Dios, que lo ha colmado de su Espíritu, cumplirá la misión de dar a conocer a todos los pueblos cual es la auténtica relación entre Dios y los seres humanos. El estilo del siervo, humilde y discreto, alejado del conflicto y la violencia, atento a valorizar cada posibilidad de vida, es aplicado al modo de actuar de Jesús, que se ha apenas declarado «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29) y que pide el silencio de sus acciones (cfr. Mt 12, 16). A la luz del Antiguo Testamento, se nos recuerda que Jesús es el cumplimiento de la revelación, nos ayuda a interpretar el evento de Jesús y a comprender su significado más profundo: presenta a Jesús como el modelo de obediencia a la palabra del Padre. ¿Cuál es nuestro modelo para nuestra vida personal y para nuestra acción pastoral?
Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.
eagm796@hotmail.com