Comentario al Evangelio del sábado, 15 de julio de 2023
Fernando Torres cmf
“No tengáis miedo”. Estas palabras de Jesús se repiten en el evangelio de hoy. Pero se repiten también en las apariciones de Jesús resucitado a los discípulos y discípulas. Debe ser importante que las tengamos en cuenta.
A veces, me da la impresión de que los cristianos viven su fe con miedo, como si se sintieran permanentemente amenazados por este mundo en que vivimos. Es un mundo malo que amenaza a la Iglesia, que ataca nuestra fe, nuestro estilo de vida. Es como si estuviéramos sitiados por una multitud de ejércitos que nos quieren ahogar en sangre. Todo lo que hay fuera es malo. Todo es amenaza. De vez en cuando se levanta algún salvador que pretende saber dónde esta la amenaza letal y nos dice lo que tenemos que hacer para salvarnos y salvar la Iglesia.
¡Qué poco tiene que ver esa actitud con el mensaje de Jesús! ¡Basta ya de miedos! El mensaje de la buena nueva no es nuestro sino de Dios. Es Dios mismo el que se ha manifestado en Jesús para revelarnos su amor y su cuidado por este mundo. Nada humano le es ajeno. La Iglesia y, lo que es más importante, el Evangelio no son nuestros sino de Dios. Ya se cuidará él de que su obra llegue a buen fin. Nosotros no somos más que los portadores, los mensajeros. No somos los dueños. Como dice Pablo en la segunda carta a los Corintios, “llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros”.
Y bien sabe Dios lo limitados que somos, las pifias que hemos hecho con este mensaje tan increíble, tan genial, tan hermoso como es el del Reino. No hay más que echar una mirada a la historia de la Iglesia, de las Iglesias. Demasiadas veces hemos impuesto la fe, lo que nosotros pensábamos que era la verdadera fe con la espada y el terror. Demasiadas veces hemos manipulado las conciencias. Nuestras vasijas de barro son verdaderamente frágiles y de pésima calidad. Y aún así Dios ha querido servirse de nosotros para llevar su mensaje a todo el mundo. Conclusión: no tengamos miedo y esforcémonos cada día para ser mejores testigos de la fuerza del amor de Dios presente en nuestro mundo.