Comentario al Evangelio del Miércoles 2 de Julio de 2025
Este es uno de esos pasajes evangélicos de comentario casi imposible: una situación normal desemboca en un relato medio disparatado y difícil de comprender. Jesús y los suyos se acercan a un pueblo situado en tierra de gentiles, Gerasa, en la orilla oriental del Tiberíades. Nada se nos dice de las costumbres y religión de sus habitantes aunque se da por supuesto que no son judíos.
Si a sus paisanos de Nazaret les costaba reconocer en el hijo del carpintero, no ya al Mesías sino a un profeta, hasta el punto de intentar arrojarlo por un precipicio, los gerasenos fueron algo más civilizados: asombrados y, atemorizados por su poder, le rogaron que se alejara. Solo uno de los dos endemoniados sanados por Jesús quiere seguirle pero el Señor no se lo permite y lo envía a anunciar la Buena Noticia a otros pueblos.
Jesús guardó durante un tiempo lo que se conoce como secreto mesiánico y solo
se declarará Mesías al aproximarse la Pasión.
Pero quienes si lo reconocen antes como el “Santo de Dios” son, precisamente los demonios que atormentaban en extremo a dos vecinos y aterrorizaban a toda la población.
Los exorcistas advierten de que, en caso de posesíón (real o imaginada) nunca se debe dialogar con los demonios. Jesús si lo hace y les concede una petición extraña: introducirse en una enorme piara de cerdos y arrojarse al mar. El evangelista no explica por qué ni para qué. Y así nos quedamos.
Pero tal vez el mensaje es que existen demonios, que odian a Cristo y a los hombres y que hay que defenderse de su asechanzas. Es el misterio del poder del mal, muy real y eficaz pero impotente ante Dios que es el bien absoluto. Nuestro escudo frente a las asechanzas del demonio es Jesucristo que fue tentado y le derrotó. Cuando sintamos tentación y sospechemos que detrás hay algo demoníaco, sigamos los consejos de quienes conocen el tema: cosas sencillas y poderosas como la señal de la cruz y la invocación a María, porque su presencia es insoportable para Satanás y en fin, como nos enseñó Jesucristo en el Padrenuestro, pidamos: “Líbranos del mal”.
Virginia Fernández