Comentario al Evangelio del miércoles, 19 de agosto de 2020
Edgardo Guzmán, cmf.
Queridos amigos y amigas:
Después de la caída de Jerusalén, el profeta Ezequiel asume la tarea de reencender la esperanza del pueblo, exhortándolo a la confianza y una fidelidad plena en Dios. El texto que leemos hoy está puesto en esta nueva perspectiva. El oráculo encuentra su punto culminante en la última frase: «Yo mismo en persona buscaré mis ovejas, siguiendo su rastro» (v. 11). ¡Este es el mensaje de esperanza!
Con la imagen de los pastores y las ovejas se describe la experiencia que ha vivido el pueblo de Israel con sus gobernantes (rey, sacerdotes, ancianos) que no han sido fieles a la misión que se les ha confiado. Su culpa principal ha sido el egoísmo, el abuso de poder, aprovecharse del pueblo y la búsqueda de sus propios intereses. El oráculo repite continuamente: se apacientan a sí mismos, en lugar de ofrecer su servicio al rebaño: defender las ovejas de las fieras, llevarlas a buenos pastos, buscar la que se pierde y cuidar las más débiles (vv.35). La tragedia de Israel se debe en gran parte a estos malos pastores. El profeta anuncia que el Señor pedirá cuentas de los daños que han causado y les quitará el poder sobre el pueblo.
Esta experiencia del Pueblo de Israel se sigue dando en nuestros tiempos. La historia se repite. Gran parte de nuestros países están gobernados por políticos que explotan, roban, se aprovechan al máximo del poder que tienen para sus propios intereses. Es escandalosa la corrupción en algunos de nuestros gobiernos también en esta situación de emergencia por el COVID. El grito de muchos pueblos es: ¿Dónde está el dinero? Que debió haber destinado para hospitales, medicinas, alimentos, seguridad para la población. En medio de esta situación el profeta Ezequiel nos anima porque nos sigue dando una buena noticia: El Señor prometió que Él mismo cuidará de su pueblo. Esa es la esperanza que sostiene a tantas personas: ¡Solo Dios con nosotros! Esta imagen de «Yahvé pastor» es familiar en la tradición de Israel. Esta imagen viene enriquecida en el Nuevo testamento cuando Jesús se la aplica a sí mismo: «Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas» (Jn 10,11).
El Evangelio de hoy está en continuidad con el de los días anteriores. La parábola de los trabajadores de la viña, concluye con la afirmación: «Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos»; esta frase se conecta con las últimas palabras del Evangelio de ayer: «muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros» (19,30). Al joven rico Jesús le había hecho notar que: «Uno solo es el bueno», ahora en 20,15, las palabras finales del patrón frente al trabajador de la primera hora suenan así: «¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?».
Esta parábola contada con vivacidad constituye un apelo no sólo al pueblo de Israel, llamado “primero” para que gozará de la libertad sorprendente del Señor, que mira primero a los últimos -paganos, publicanos, pecadores-; sino también a los creyentes cristianos. Para que estén siempre atentos y convertirse a los criterios de Dios, liberándose del orgullo del corazón, de las comparaciones egoístas y competitivas. Nuestra manera de pensar y de actuar se deben transformar; Dios hace entrar en su Reino primero al pobre y no al rico, da la precedencia a los últimos y no a los primeros, da gratuitamente sus dones no sobre la base de los méritos adquiridos con anterioridad.
Si al joven rico que siempre ha observado la ley, Jesús le pide un salto de calidad, lo mismo nos pide a todos sus seguidores, deshacernos de nuestros propios juicios fundados en cálculos exactos, para gozar de la bondad de Dios y de la sobreabundancia de su gracia. Dios entra en diálogo con el ser humano en largos espacios de amor, no en los angostos límites de los derechos y la contabilidad. «El amor no contradice la justicia, solo alarga sus límites». El Dios en quien creemos es un Dios de un gran corazón que solo puede ser acogido con un corazón grande.
Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.
eagm796@hotmail.com