Comentario al Evangelio del miércoles, 16 de diciembre de 2020
José María Vegas, cmf
A los pobres se les anuncia la buena noticia
El profeta Isaías hace una fuerte confesión de monoteísmo. Sólo el Señor de Israel es Dios, sólo él lo ha creado todo, en consecuencia, sólo en él es posible encontrar la salvación. Y, además, este Dios único y creador no sólo puede, sino que quiere salvarnos y para ello nos llama a acercarnos a él. En realidad, es él quien se ha acercado a nosotros del modo más radical posible: haciéndose uno de nosotros. Él es el Mesías esperado durante siglos. Pero su presencia, demasiado cercana, demasiado humilde, demasiado humana, hace que en muchos surjan dudas, pues se esperaban un Mesías poderoso y triunfante. Incluso el profeta Juan, que lo señaló en el Jordán, ahora, en la soledad de su celda, siente que le asaltan las dudas. Es fácil imaginar que le llegaran noticias fragmentarias y contradictorias, y eso hizo que sintiera tambalearse la clarividencia con la que lo reconoció al bautizarlo. De ahí el envío de sus discípulos y la pregunta, llena de dramatismo.
Es una pregunta que expresa las dificultades de la esperanza. Esta virtud nos sostiene en los momentos de dificultad y crisis, nos ayuda a seguir caminando, pese a las evidencias negativas que nos rodean, nos lleva a mirar al futuro con la seguridad de que, tras la oscuridad, por fin nacerá la luz. Pero, a veces, sentimos flaquear esta fuerza. Y esto sucede, especialmente, cuando tenemos la impresión de que el objeto de nuestra esperanza está ya cerca, de que estamos en la víspera y, de repente, esa impresión se desvanece. “Tener que seguir esperando” se nos antoja insufrible: otra vez esperar, tal vez años, tal vez siglos…, cuando nos parecía que estábamos ya en el tiempo del cumplimiento.
Las dudas pueden surgir también porque ese cumplimiento no se realiza tal como nosotros esperábamos. “¿Y esto era lo que esperábamos?”. Nuestros esquemas mentales pueden jugarnos una mala pasada, si son demasiado rígidos, demasiado estrechos. Dios no se deja limitar por ellos. Jesús, el Mesías que tenía que venir al mundo, no realiza su mesianismo de manera triunfante, con poder, sometiendo a sus enemigos. Su pobreza, su humildad, su excesiva cercanía, su falta de poder físico, pese a la autoridad de sus palabras y sus hechos (podría ser rey, pero se esconde intentan proclamarlo tal), hace que muchos duden, que incluso lo rechacen abiertamente. En conclusión, Juan duda y pregunta. La respuesta de Jesús no puede ser más clara: sus argumentos son actos que hablan por sí mismos: la salvación de Dios está ya presente y actúa, y esa evidencia no puede ser ocultada por la humildad de la humanidad de Jesús. Ver, aceptar, anunciar y confesar a Jesús como el Mesías, sin avergonzarse de él.
Si queremos anunciar al mundo que el Hijo de Dios ya ha venido realmente al mundo y quiere seguir viniendo, no podemos hacerlo más que con un modo de vida que, por sus buenas obras, da testimonio vivo de Jesús como el Cristo, y lo hace sin miedo y sin vergüenza.
Saludos cordiales
José M. Vegas cmf