Comentario al Evangelio del Martes 29 de Julio de 2025

Fecha

29 Jul 2025

Casi siempre que hemos leído esta parábola de Jesús la hemos aplicado a nuestro mundo, a nuestra sociedad. El trigo y la cizaña nos han hecho pensar en que hay hombres y mujeres buenos y hay también, desgraciadamente, hombres y mujeres malos. Y pensamos que, como en el texto evangélico del día anterior, Jesús nos está invitando a tener paciencia. No hay que apresurarse en castigar o expulsar o excluir a esos malos, no vaya a ser que erremos el tiro y nos carguemos también a los buenos. Pero habrá un momento, el de la siega, el momento final, en que será el mismo Dios el que haga la recolección y separe el trigo de la cizaña. Ese será el momento en que se verá con claridad lo que es cada uno. Porque Dios ve el corazón de cada persona. Y unos irán al horno y otros, el trigo bueno, se llevarán el premio merecido.

Esta es, sin duda, una forma de leer la parábola. Pero yo prefiero verlo de otro modo. El campo donde se ha sembrado el trigo y donde también crece la cizaña no es el campo del mundo sino mi propio corazón. Ahí se nos cambia la perspectiva. Dejamos de mirar hacia fuera (a los otros) para tratar de identificar donde está la cizaña (lo que se nos da de maravilla) y volvemos la vista a nosotros mismos. Descubrimos entonces con sorpresa un poco fingida que también dentro de nosotros crece la cizaña. A veces donde menos lo esperamos. A veces tan mezclada con el trigo que no es fácil distinguirla bien. A veces nuestras mayores virtudes son también nuestros mayores defectos.

Entonces es fácil que agradezcamos esta paciencia de Dios que espera hasta el final, hasta la cosecha, para separar con destreza lo que en nosotros es trigo y lo que es cizaña. Porque sólo él conoce bien lo que es bueno y lo que es malo en nosotros. Sólo él conoce de verdad nuestras motivaciones, nuestros temores, nuestros deseos más profundos. Sólo él es capaz de ir más allá de las apariencias, de la imagen que nos construimos frente a los demás.

Por eso, conviene no juzgar con demasiada severidad a nuestros hermanos y hermanas, y acentuar con ellos y con nosotros mismos la misericordia. La misma paciencia y misericordia que Dios nos tiene.

Fernando Torres, cmf

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