Comentario al Evangelio del martes, 25 de julio de 2023
Fernando Torres cmf
¡Qué gran contradicción entre el Evangelio de hoy y esa imagen tan tradicional en España de Santiago, vestido de guerrero y montado en un caballo saliendo a batallar contra los ejércitos musulmanes! Son imágenes difíciles de conciliar por no decir que es imposible.
Una es la imagen del poder que se impone por la violencia, por el dominio (manifestado en el soldado musulmán que se retuerce pisado por el caballo. En el fondo no es muy diferente esta imagen de lo que pedía a Jesús la madre de los Zebedeos, que sus hijos se sentasen uno a la derecha y otro a la izquierda de Jesús. Son posiciones de poder, de autoridad, de dominio. La madre, y quizá también los hijos, pretendía esas posiciones de poder para sus hijos, pretendía ponerles por encima de los otros apóstoles. La madre quería para sus hijos los dos primeros puestos del escalafón. Justo por debajo de Jesús. El resultado fue que los otros apóstoles se enfadaron. Más que todo porque, probablemente, ellos también aspiraban a esos puestos de poder.
Las palabras finales de Jesús nos sitúan en una realidad diferente. Jesús habla del Reino, anuncia el Reino y vive el Reino. El Reino no es de este mundo en el sentido de que no se mueve con los principios y valores de este mundo. El Reino es reino de fraternidad. No hay posiciones de poder sino de servicio. Es grande el que más sirve. Es Jesús lavando los pies a los discípulos. Es Jesús dando de comer a los hambrientos. Es Jesús poniendo en el medio a un niño como el más importante. Es Jesús haciéndose pan de vida para nosotros. Es Jesús entregando su vida en la cruz por fidelidad al Reino.
Con esa autoridad le dice a los apóstoles que el que quiera ser primero entre ellos que se haga el esclavo de todos. Esa palabra “esclavo” tuvo que sonar muy fuerte en aquella época. En nuestros días puede tener un sentido metafórico pero en el tiempo de Jesús todos sabían perfectamente lo que era un esclavo. Tuvo que sonar duro a los oídos de los discípulos. Tiene que sonar con toda su fuerza en nuestros oídos. Como el hijo del hombre que no vino para ser servido sino para servir y dar su vida por nosotros. Así debe ser el cristiano: no pensar en los primeros puestos sino en servir. Porque un cristiano que no sirve no sirve para nada.