Comentario al Evangelio del lunes, 3 de julio de 2023
Fernando Torres cmf
Tomás ha pasado a la historia como el apóstol que no creyó. Tuvo que hacerse presente Jesús ante él para que cambiase y comenzase a ser un apóstol de verdad, un misionero, un testigo del reino de Dios.
En el caso de Tomás se puede decir aquello de que unos cardan la lana y otros se llevan la fama. Tomás se llevó la fama de increyente. Pero para ser realistas quizá los demás apóstoles pasaron por el mismo proceso. También tuvieron sus dudas. La noticia de la resurrección de Jesús que les había traído las mujeres, les sobresaltó. Era algo demasiado grande. Demasiado increíble, ciertamente. Necesitaron su tiempo y necesitaron que se les apareciese Jesús para creer. Tomás no creyó a los testigos. No creyó lo que le decían sus compañeros apóstoles. Necesitó encontrarse directamente con Jesús. Ahí se le cambió la vida. Revivió todo lo que había vivido con Jesús por los caminos de Galilea y por las calles de Jerusalén. Todo cobró sentido y se convirtió él mismo en un testigo de la resurrección.
Pero quizá a los que le escucharon en sus viajes misioneros -dice la tradición que llegó hasta la India predicando la buena nueva del Evangelio- les pasó también lo mismo. No les bastó con escuchar a Tomás. Necesitaron hacer ellos mismos el camino de encontrarse con Jesús, de descubrirle presente en sus vidas. Cuando lo hicieron, también sus vidas cobraron un nuevo sentido. Y ellos mismos se convirtieron en testigos de la resurrección.
El misionero tiene que ser testigo. Pero su objetivo no es que los que le escuchan crean en él sino que crean en Jesús. El misionero invita a que los que le escuchan hagan su propio proceso, su propio camino hasta encontrarse con Jesús y dejar que él ilumine sus vidas y las llene de sentido. El misionero no es el centro de la misión. El misionero es solo el que apunta a Jesús. No busca que le miren a él sino que miren a Jesús y su reino de amor y fraternidad.
Conclusión: no nos dejemos deslumbrar por los testigos. No hay que quedarse en ellos. Cada uno tenemos que encontrarnos con Jesús. En directo, en nuestro corazón. Su luz sí nos deslumbrará. Y para bien.