Comentario al Evangelio del jueves, 4 de abril de 2024
Cármen Aguinaco
El peligro de que los fantasmas no coman
(Lc 24:35-48)
Por si había alguna duda sobre la realidad de su Resurrección, Jesús come pescado en presencia de sus discípulos. No puede quedar duda. Y les invita a tocar sus llagas y a reconocer que no es un fantasma. ¡No hay nada que temer! ¿O sí? ¿Cómo va a ser posible que alguien que había sufrido la muerte más cruel, de la que había testigos innumerables, estuviera vivo y comiendo pescado? ¡Vaya susto! Quizá hubiera sido mejor quedarse con el dolor, que “el tiempo va borrando”, porque en la aparición no acaba el temor: la muerte y la resurrección de Cristo tienen consecuencias. Las cosas no han pasado “porque sí”. Había un plan en todo esto, e implicaba no solo el sufrimiento y la muerte de Cristo, sino también la vida de todos sus seguidores, que ya no podría ser la misma de antes.
Una de las más graves consecuencias, y muy “peligrosa”, es el testimonio. En griego, la palabra testimonio es martyria… En el diccionario se dan las siguientes acepciones para martyria:
- Muerte o tormentos padecidos por causa de una religión o ideales. (Sinónimos: tormento, suplicio, tortura, sacrificio, sufrimiento, inmolación, persecución)
- Dolor o sufrimiento físico o moral, de gran intensidad (sinónimos: dolor, pena, angustia, sufrimiento.
- Trabajo largo y muy penoso (sinónimos: fatiga, molestia, penalidad, suplicio, penitencia).
Dice Jesús resucitado que todo esto tenía que suceder, para que se predicara a todas las naciones la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Y que ellos, es decir, los discípulos, son testigos: ¡mártires!
El temor inicial de ver “un fantasma” puede dar paso a una inmensa alegría de comer con el amigo, y, de nuevo, al temor de ser testigos…Pero lo primero que dice Jesús es “Paz, no temáis”. Y lo puede decir, porque es el Príncipe de la paz.