Comentario al Evangelio del Jueves 31 de Julio de 2025

Fecha

31 Jul 2025

La parábola de hoy me hace recordar a mi infancia, cuando veía en la misma playa a los pescadores que revisaban las redes e iban separando a los peces que habían quedado atrapados en ellas en sus diversas clases. Unos para una cesta, otros para otra. Algunos los echaban de nuevo al mar –se les daba otra oportunidad–. Me hace pensar que esos ángeles de los que habla la parábola son en realidad Dios mismo que con mimo va repasando la red y haciendo esa clasificación. Sus manos vas separando lo bueno de lo malo. Pero –y aquí el pero es muy importante– sus manos son manos de misericordia y piedad, de comprensión y de conocimiento de lo que es cada pez y para lo que sirve.

Y a renglón seguido me hace pensar en las muchas veces que yo usurpo ese papel de Dios separando los peces en las diversas cestas o devolviendo algunos al mar. Me pongo en su lugar y me creo con el poder y la autoridad para juzgar a mis hermanos. Si soy sincero, las más de las veces no lo hago con la misma misericordia y piedad ni con la misma comprensión y paciencia que tiene Dios. A fuer de sincero he de reconocer que esa clasificación la hago muchas veces en el mismo mar, sin esperar a ese momento final en que los peces/mis hermanos o hermanas han caído ya en la cesta. Y siendo todavía más sincero he de reconocer también que no uso los mismos criterios de Dios para juzgarles y clasificarles. Más bien, identifico lo que a mí me parece bueno y malo con lo justo e injusto. Y siguiendo con la sinceridad he de reconocer que no tengo la misma paciencia de Dios con mis hermanos y hermanas. Casi nunca devuelvo a ningún pez al mar, casi nunca doy a mis hermanos y hermanas una segunda oportunidad. Y me apresuro a echarlos al horno encendido.

Creo que me tengo que arrepentir de ponerme demasiadas veces en el lugar de Dios. Y creo que le tengo que pedir a Dios que tenga misericordia de mí, la que, tantas veces, no tengo yo con mis hermanos.

Fernando Torres, cmf

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