Comentario al Evangelio del Jueves 3 de Julio de 2025

Fecha

03 Jul 2025

Mi tía Carmina, que era muy rezadora y devota, me enseñó a decir “Señor mío y Dios mío” en Misa, en el momento de la elevación. Por entonces creo que ni siquiera me habían contado que hubo un apóstol que dudó de la resurrección y no creyó hasta poner los dedos en los agujeros de los clavos y la mano en la llaga del costado. Y que dijo esas palabras cayéndo de rodillas ante Jesús.

Tomás, el incrédulo, hizo una profesión de fe que es el punto central de la fe católica: Jesús es Señor y Dios. Dos naturalezas y una sola persona divina. Precisamente estamos recordando en este año el Concilio de Nicea y al profesar la fe repetimos el Credo que salió de aquel primer Concilio Ecuménico.

En la Plegaria Eucarística III del ordinario de la Misa leemos: Santo eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas tus criaturas, ya que por Jesucristo, tu Hijo, Señor nuestro, con la fuerza del Espíritu Santo, das vida y santificas todo, y congregas a tu pueblo sin cesar, para que ofrezca en tu honor un sacrificio sin mancha desde donde sale el sol hasta el ocaso.

Es cierto que el Sacrificio se realiza en cada segundo. De este a oeste y de norte a sur. Desde donde sale el sol hasta el ocaso. En todos los meridianos y el todas las latitudes hay un sacerdote católico celebrando una Eucaristía. Así que el Sacrificio de Jesucristo en la Cruz es actual permanentemente. Una sangre derramada que no cesa de derramarse… Y  un misterio que queda fuera de nuestro tiempo y nuestro espacio y al mismo tiempo está presente. Dios en su gloria, pura alegría y puro amor, casi aterradores en su intensidad, está también destrozado y entregado en la Cruz cada vez que celebramos la Eucaristía. Incomprensible y misterioso pero real.

No dejemos de asombrarnos. En nuestra fe todo es asombroso. Repetiremos lo mismo, día tras día, domingo tras domingo pero pidamos la gracia de renovar la emoción y el sobrecogimiento de Tomás al ver y tocar al Resucitado. De alimentarnos de Él y de agradecer el don de su Cuerpo y de su Sangre que nos hace hermanos, que nos hace Iglesia.

Virginia Fernández

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