Comentario al Evangelio del Jueves 26 de Julio de 2025

Fecha

26 Jun 2025

Escribir recto con renglones torcidos

El episodio descrito en la primera lectura puede ser un buen ejemplo del viejo refrán que encabeza esta reflexión. Expresa la confianza en una providencia divina, que, si bien no fuerza los acontecimientos según nuestra voluntad y nuestros deseos, de manera que se tiene a veces la impresión de que estamos como dejados de la mano de Dios, en realidad, Dios obra de manera misteriosa para sacar del mal bien, y en las desgracias que nos afligen, Él derrama sobre nosotros su gracia salvadora. Esta verdad se hace por completo patente en la muerte en la Cruz de Jesucristo, por la que hemos obtenido el perdón y la vida nueva de la Resurrección. Y, por eso, puede expresar Pablo la certeza de que “Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo ama” (Rm 8, 28).

El comportamiento injusto de Saray con Hagar provoca una intervención divina que no restablece inmediatamente la justicia, lo que hubiera supuesto una intromisión en el ámbito de la libertad humana, pero dispone las cosas de tal modo que de ese mal humano se derivan bienes mayores.

Ahora bien, esta confianza en la Providencia divina, ¿no nos invita, o incluso nos condena, a la pasividad y a la resignación? En modo alguno. Hagar es invitada, movida por la Palabra que Dios le dirige, a tomar decisiones difíciles, pero exclusivamente suyas, pues podría haber decidido de otra manera. En el fondo, es lo que nos dice Jesús en el Evangelio de hoy. No es que no debamos invocar el “¡Señor, Señor!”, sino que no debemos limitarnos a ello. Existe una religiosidad “perezosa”, que sólo se mantiene en una apariencia de piedad cuando todo va bien, pero que se hunde en la dificultad. Elevar la mirada a Dios y pedirle sinceramente su ayuda significa escuchar su Palabra, acogerla y ponerla en práctica. Y esto supone tomar decisiones difíciles, escoger el camino empinado y entrar por la puerta estrecha, porque todo esto implica tomar sobre sí la Cruz, adoptar como norma de la propia vida el mandamiento del amor, del perdón, de la respuesta al mal con el bien. Solo así, tratando de vivir como vivió Él (cf. 1 Jn 2, 6) nos convertimos en verdaderos discípulos suyos, que construyen sobre roca y son capaces de mantenerse fieles también en los malos momentos, en las circunstancias (personales y sociales) adversas. Y sólo así conseguimos invertir el sentido de la historia y de los acontecimientos, convirtiendo el mal que nos rodea y parece triunfar en historia de salvación, en acontecimiento de gracia, para el bien de los que lo aman, y, por medio de ellos, para el bien de todos, puesto que por todos ha muerto y resucitado el Señor.

José M. Vegas cmf

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