Comentario al Evangelio del jueves, 2 de noviembre de 2023
Cármen Aguinaco
Conmemoración de los Fieles Difuntos
Como continuación de las lecturas de ayer, viene hoy otra cargada de esperanza: todo el que va al Padre, viene a mí… y la voluntad del Padre es que no pierda a ninguno de los que me ha entregado, sino que todos se salven.
Todos los días rezamos “hágase tu voluntad”, y a veces nos imaginamos que es una voluntad rara o incomprensible, complicada. La voluntad es, simplemente, que todos se salven. Ahí parece que está la complicación; no en la voluntad en sí misma, sino en su realización, en la que tenemos que participar, no como pajitas al viento, resignadas a una misteriosa voluntad, sino como activos participantes. Porque cumplir la voluntad de Dios no va a ser una experiencia individual e intimista (aunque también), sino que hay que procurar también que “todos se salven”. ¿Cómo vamos a hacer para extender esa voluntad de Dios, esa salvación? ¿Qué entendemos, en realidad, por salvación? Hoy, cuando celebramos los fieles difuntos, nos podemos preguntar si nuestros seres queridos se habrán salvado. Si habrán tomado esa decisión por Dios necesaria para poder estar con Él.
Razonablemente, tendremos que preguntarnos cómo vamos a participar en cumplir la voluntad de Dios de salvación. ¿Cómo alcanzar a todos? Y ese todos, ¿incluye a los Difuntos que hoy celebramos? ¿Habrá que salir a predicar? Muchos de nosotros no podemos por diversas razones de peso. Pero quizá el “todos”, para nosotros, sean los más cercanos. Para poder mostrar el camino de salvación, en primer lugar tendremos que mostrar el modelo de la decisión por Dios, por la vida; tendremos, además, que ofrecer el regalo de decir la verdad; tendremos que mostrarles la alegría de un encuentro con Cristo vivo. Todo eso exige muchísimo de nosotros: una constante y determinada determinación, que diría Teresa, de optar siempre por Dios… lo cual implica dejar todo lo que no es Dios; exige también una valentía y libertad enormes para proclamar la verdad de Dios en un mundo que pretende oscurecer a Dios; exige una gran generosidad para compartir la alegría que ofrece esa verdad. Cumplir la voluntad de Dios, así visto, es un constante ejercicio de evangelización.
El día de los Difuntos, paradójicamente, no es un momento de tristeza y de melancólico recuerdo de los que ya se fueron, sino de afirmación de esa misma voluntad de Dios: las almas de los justos están en manos de Dios, y no los alcanzará ningún tormento. Las almas de quienes optaron por Dios y se fueron liberados de las ataduras de la muerte, del pecado, por la redención de Cristo. Esa es la salvación total, la voluntad de Dios.