Comentario al Evangelio del jueves, 17 de agosto de 2023
Fernando Torres, cmf
Dice una amiga mía que esto del perdón tiene su aquel. Y es verdad. Porque, aunque Jesús no se refiera directamente a ello, el perdón incluye el olvido, la supresión de esos archivos de la memoria que se quedan ahí atascados y que parecen tener la cualidad de salir continuamente a la luz, a la conciencia, en los momentos menos oportunos. Cuando falta el olvido, no sé si podemos decir que hemos perdonado de verdad.
El evangelio de hoy va a sobre el perdón. Sobre el perdón entre las personas. Pedro propone un límite para ese perdón: siete veces. A la octava, ya no habría que perdonar y el rencor estaría permitido. Jesús plantea una alternativa. En primer lugar lleva el número de veces que hay que perdonar prácticamente al infinito. Eso es lo que significa “setenta veces siete”. Y en segundo lugar, pone como referencia, como modelo del perdón a Dios mismo. No otra cosa es lo que nos intenta decir con la parábola que nos cuenta.
A ninguno nos resulta difícil identificar al señor de la parábola con Dios mismo. La deuda del empleado con él es enorme. Diez mil talentos al cambio actual es una cifra que se nos escapa por los muchos ceros que tendría. Pero ante la petición de perdón del empleado, el señor siente lástima (siempre la compasión nos aparece en las palabras y las acciones de Jesús) y perdona. El perdón marca un nuevo comienzo. Desde cero. Como si nada hubiese sucedido.
Pero el empleado tiene también sus deudores. Y persigue al que le debe una miseria (cien denarios –miseria si pensamos que un talento equivalía a unos seis mil denarios–). Él no tiene lástima por el otro. A él le han perdonado y olvidado su deuda. Pero él no es capaz de hacer lo mismo. Esa actitud le lleva a la perdición. Él mismo se condena.
“Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”. Lo dicho a perdonar mucho y a olvidar también, que más nos han perdonado a nosotros.