Comentario al Evangelio del domingo, 5 de noviembre de 2023
Alejandro Carbajo, CMF
El primero entre vosotros será vuestro servidor
Queridos hermanos, paz y bien.
Mal día hoy para aquellos que hablan y no hacen, o dicen una cosa y hacen otra. En la primera lectura, y en el Evangelio quedan desenmascarados. La vida misma va poniendo a cada uno en su lugar. Porque prometer es muy fácil, más difícil es cumplir lo prometido. Y si no, podemos ver lo que sucede con el cumplimiento de muchos programas de los partidos, después de las elecciones. En fin. Que nos vamos del tema.
La historia, se ve, viene de lejos. Parece que ya, en los tiempos de Pablo, había gente que vivía del cuento. Mientras que Pablo, con amor de madre – y ya sabemos lo que está dispuesta a hacer una madre por sus hijos – lo ponía todo en la predicación, algunos se aprovechaban. Trabajar para no ser gravoso a nadie, el ora et labora benedictino, versión paulina. Porque, aunque Pablo defiende el derecho de los apóstoles a vivir de la predicación evangélica, él mismo y sus cooperadores renunciaron siempre a ser mantenidos por los recién convertidos a la Buena Nueva. Lo hacía así, para que su predicación quedara a salvo de toda sospecha de lucro. Pablo acepta voluntariamente y de buen grado las fatigas de un trabajo necesario para subsistir sin ser gravoso a los habitantes de Tesalónica. Trabajar y predicar, su estilo de vida. Sin esperar mucho a cambio. Por puro amor de Dios y a Dios.
Desde el comienzo, en estos textos se ven claras dos formas de ejercer la autoridad. Por un lado, el autoritarismo de los fariseos, que imponían cargas pesadas, según vimos la semana pasada, con las más de seiscientas normas que debían cumplirse, y por otro, el estilo de servicio de Jesús.
Podemos entender por qué a los fariseos les gustaba que les llamaran “maestros”. A todo el mundo le apetece el reconocimiento, que sepan quién eres y te digan lo bien que haces las cosas. Es que a nadie le amarga un dulce. Un nutrido grupo de discípulos era señal de que el maestro era bueno. Los gestos de respeto hacia ellos rozaban la servidumbre (calzarlos y descalzarlos, por ejemplo, de ahí lo de no ser digno de desatarle las sandalias del Bautista a Jesús) y, me parece, uno se puede acostumbrar a que todos estén pendientes de tus palabras, y hagan todo por ti. Lo que está muy lejos del servicio que nos enseña Cristo. Los preceptos legales formaban parte de su indumentaria (las filacterias) y eran llevados como “distintivos y borlas grandes en el manto”, presumiendo de su propia piedad y dedicación a Dios. Otra forma de distanciarse de la gente.
Esta práctica la realizaban para acrecentar su respetabilidad. Jesús critica todo ese interés en encumbrarse sobre los demás, pues uno es nuestro Padre y, todos, nuestros hermanos. La crítica de Jesús a letrados y fariseos alcanza literalmente a todo clericalismo, también al de nuestros días, pues hoy podemos caer en lo mismo que Jesús critica. Un mensaje para los que ostentan cargos en la jerarquía, pero no solo. Hay que rechazar todo privilegio ya que la comunidad cristiana debe entenderse como una fraternidad, donde la misión y el servicio de cada uno debe ser puesta en referencia con Jesús y con su Padre. Muy sinodal todo, en la línea que nos presenta el Sínodo recién finalizado.
Y es que, muy importante, esto va para todos. Porque, aunque se habla de los “fariseos”, a lo largo de estos versículos siempre están presentes “la multitud y los discípulos”, a los que se menciona en el primer versículo. Una advertencia para los que algo “mandamos”, pero no solo. También para los que “obedecen”. Es muy fácil que se peguen actitudes y conductas no muy cristianas. Por eso hay que estar atentos. Y saber lo que tenemos que hacer. Y no porque nos vaya a caer la maldición a la que hace referencia la primera lectura, sino porque es lo que Dios quiere.
Decir y hacer. Acabamos de celebrar la solemnidad de Todos los Santos. En ellos, gente muy distinta, de campo y de ciudad, iletrados y cultivados, jóvenes y mayores, altos y bajos, podemos encontrar un buen modelo para imitar. A esa multitud de santos les une que fueron buenos discípulos de Cristo. Hablaron e hicieron. Si quiero ser discípulo de Jesucristo como ellos, si quiero seguirle y que le sigan los demás, he de dar primero buen ejemplo. Como los santos.
¿De qué manera voy a explicar a los demás que el trabajo y el estudio son medios de santificación, si luego no tengo prestigio profesional, si hago las cosas de cualquier manera, o me conformo con cumplir los mínimos o ir aprobando? Y no sólo en el trabajo, sino también en mi relación con los demás, en el uso de los bienes materiales, en las diversiones, en el descanso, en las dificultades, etc. San Agustín (Comentario al salmo 36, III) nos aconseja: Cualquiera que sea yo, atiende a lo que se dice no por quién se dice… Si hablo cosas buenas y las hago imítame; si no hago lo que digo, tienes el consejo del Señor: haz lo que digo, no hagas lo que hago, pero no te apartes de la cátedra católica. Pues eso.
Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.