Comentario al Evangelio del domingo 3-08-2025
Guardaos de toda clase de codicia.
Queridos hermanos, paz y bien.
En este decimoctavo domingo del tiempo ordinario las lecturas nos llaman a pensar sobre la vanidad que hay en las riquezas materiales y la importancia de buscar los bienes eternos sobre todas las cosas.
La reflexión de Qohelet sobre la vida es muy actual. ¿Qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? Son muchos los afanes que nos ocupan y preocupan a todos en este mundo acelerado en el que vivimos. Lo que Qohelet llama “vanidad”, en la primera lectura, no es más que la desilusión del ser humano al comprobar la distancia entre el ideal que se ha formado de las cosas y su realización concreta: la persona no llega a más.
Hoy día a esto se le llama absurdo, depresión, sin sentido. La vanidad es el no reconocer esta finitud. Nadie puede huir del absurdo de su propia existencia. La salida única es vivir la vida como es: con sus más y con sus menos, con su caducidad y con su fin.
Lo que Qohelet aconseja a sus lectores es gozar sanamente de lo que les ofrece la vida. Pero no puede dar respuesta a las preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida. La respuesta nos la da sólo el Evangelio. Es Jesús el que abre nuevos horizontes, enseñándonos a no perseguir ilusiones vanas.
Nosotros, los cristianos, podemos caer también en esta dinámica. Vamos viviendo al día, y ya está. No comprendemos lo que significa de verdad ser cristiano. Puede que nos preocupen más las noticias de la tele o las noticias sobre los famosos que nuestra propia vida interior. Esta tentación no es nueva.
Sabemos que, gracias al Bautismo, somos hombres nuevos, imágenes de Dios. Pero ese proceso no ha terminado aún. Hace falta mucho para que surja el “hombre nuevo”. Ese camino es largo, hay que librarse de muchas impurezas, ser totalmente de Cristo, sin desanimarse. Es el mensaje de san Pablo en la segunda lectura. Dejar aquello que nos impide ser uno con Cristo, y lograr configurarnos con Él hasta que seamos uno en Cristo, que lo es todo y en todos. Ser nuevas personas, en continuo proceso de renovación.
Es sabiduría y virtud no apegar el corazón a los bienes de este mundo, porque todo pasa, todo puede terminar bruscamente. Para los cristianos, el verdadero tesoro que debemos buscar sin cesar se halla en las «cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios». Nos lo recuerda hoy san Pablo en la carta a los Colosenses, añadiendo que nuestra vida «está oculta con Cristo en Dios» (Col 3, 1-3).
En el grupo de discípulos había muchos que seguían a Jesús, pero no lo comprendían. Estaban completamente envueltos en las preocupaciones cotidianas y veían al Maestro como un buen mediador para dirimir conflictos familiares. Su deseo no era aceptar la buena nueva sino alcanzar metas personales: conseguir algún beneficio para ellos o para los suyos, como si eso fuera el objetivo último de la vida.
Porque el deseo exagerado de tener cambia nuestros corazones y nuestras almas. De hecho, este hombre rico piensa sólo en sí mismo. En sus planes, no se acuerda de su familia, o de sus vecinos. Sólo le preocupa su propio bienestar. Y es la preocupación por los otros uno de los elementos para revisar cómo va nuestro seguimiento del Maestro. Cuanto más apego al dinero o a los bienes, más problemas para ser un buen discípulo. Debemos meditar muy en serio sobre nuestra posición respecto a las riquezas y a la codicia.
La solemnidad de la Transfiguración del Señor, que celebraremos el miércoles, nos invita a dirigir la mirada «a las alturas», al cielo. En la narración evangélica de la Transfiguración en el monte, se nos da un signo premonitorio, que nos permite vislumbrar de modo fugaz el reino de los santos, donde también nosotros, al final de nuestra existencia terrena, podremos ser partícipes de la gloria de Cristo, que será completa, total y definitiva. Entonces todo el universo quedará transfigurado y se cumplirá finalmente el designio divino de la salvación.
La parábola nos enfrenta con la muerte. Muchos están preparados para presentar cuentas perfectas (saber, tener, poder). Lo malo es que es necesario dar cuenta de la vida, no de aquello que uno ha amontonado. O sea, ¿Qué has hecho de tu vida? ¿En qué las has empleado? ¿Qué orientación le has dado? Jesús, en el fondo, acusa al rico de no haber sido previsor. No ha logrado pensar más allá de la “noche”. Agranda los graneros, pero no logra ampliar los horizontes, se deja aprisionar en el horizonte terrestre, que termina con acabarlo.
Cada uno debe ver si es un insensato, o, por el contrario, pone su afán en lo verdaderamente importante. Por esto, hoy se necesita con mayor urgencia proclamar las palabras de Jesús: “la vida no está en los bienes”. La vida tiene valor en sí misma. No importa tanto lo que tenemos, como lo que somos. ¿Podemos preguntarnos si nuestro trabajo nos dignifica como personas humanas o nos convierte en esclavos con sueldo? ¿Estudiamos para formarnos o para ganar dinero? ¿Caemos en la cuenta de los criterios que nos impone la sociedad?, ¿almacenamos cosas aquí, en la tierra, o en el cielo? Cada uno debe ver si es un insensato, o, por el contrario, pone su afán en lo verdaderamente importante. Porque al final de la vida, nos examinarán del amor. Y los depósitos bancarios y las tarjetas de crédito no cuentan.
“Que nos obtenga esta gracia la Virgen María, a quien hoy recordamos particularmente celebrando la memoria litúrgica de la Dedicación de la basílica de Santa María la Mayor. Como es sabido, esta es la primera basílica de Occidente construida en honor de María y reedificada en el año 432 por el Papa Sixto III para celebrar la maternidad divina de la Virgen, dogma que había sido proclamado solemnemente por el concilio ecuménico de Éfeso el año precedente. La Virgen, que participó en el misterio de Cristo más que ninguna otra criatura, nos sostenga en nuestro camino de fe para que, como la liturgia nos invita a orar hoy, «al trabajar con nuestras fuerzas para subyugar la tierra, no nos dejemos dominar por la avaricia y el egoísmo, sino que busquemos siempre lo que vale delante de Dios» (cf. Oración colecta).” (Benedicto XVI, Ángelus, Palacio pontificio de Castelgandolfo. Domingo 5 de agosto de 2007)
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.