Comentario al Evangelio del domingo 28-12-2025

Fecha

28 Dic 2025

Domingo de la Sagrada Familia de Jesús, María y José

Queridos hermanos, paz y bien.

Cerezo Barredo - Domingo de la Sagrada Familia - Huida a Egipto.Cuando todavía resuenan los ecos de las campanas de la Navidad, la Liturgia nos presenta a la Sagrada Familia, para que sigamos reflexionando sobre lo que significa la Encarnación del Hijo de Dios.

Sin quererlo, la noche y el día de Navidad la mirada se había concentra­do por completo en el niño. Pero ya entonces se nos recordaba cómo hay otras figuras en el «misterio», en el belén; se nos recordaba que había otras dos figuras en la realidad: María y José, los padres del niño. Hoy, pues, se nos invita a que ensanchemos algo más nuestra mirada, para que quepan esas otras dos figuras y veamos al niño formando parte de ese grupo más amplio de la Sagrada Familia, en la que tanto al padre como a la madre les corresponden unas funciones especiales para poder sacar adelante a esa criatura, para ayu­dar a crecer a esa brizna de humanidad que es el niño Jesús.

El título de esta fiesta en medio del tiempo de Navidad es «la Sagrada Familia». Es Sagrada porque el amor es siempre sagrado, y cuando es verdadero «sabe a Dios», porque Dios es amor. Porque María, José y el Niño están «consagrados» totalmente al servicio de la volun­tad del Padre. Dios ha bendecido la unión entre María y José al haber elegido ese «lugar» como el idóneo para encontrarse con los hombres. La Familia como Templo de Dios. El mismísimo Dios forma parte de ellos. Ha sido precisamente Jesús el que los ha unido. Estos rasgos no son exclusivos de la Familia de Nazareth, sino de cualquier familia cristiana que es consciente de lo que significó celebrar su amor de modo sacramental.

Cuando apenas si se habían marchado los Magos venidos de Oriente, cuando duraba aún el regocijo de haber visto cómo aquellos grandes personajes adoraban al Niño, aquella misma noche, el ángel le habla de nuevo para transmitirle un mensaje de lo alto. Algo inesperado y desconcertante. Ponerse en camino de inmediato pues el Niño, el Mesías, el Hijo de Dios, estaba en peligro de muerte. Era algo contradictorio y difícil de comprender que el rey del universo tuviera que esconderse, darse a la fuga por caminos desconocidos y llenos de peligros. Pero san José no titubea ni por un momento y se pone en camino, seguro de que aquello, lo que Dios disponía, era lo mejor que debía hacer. Su fe no vacila, al contrario, cumple con exactitud meticulosa lo que el ángel le ha ordenado.

Los escritos apócrifos han adornado con prodigios la marcha hacia Egipto. Los Evangelios, por el contrario, no dicen nada de eso, pues nada extraordinario ocurrió. José tendría que escoger los caminos menos frecuentados, para mejor burlar a sus perseguidores. Luego, ya en Egipto, buscaría trabajo entre gente extraña, como un emigrante judío más que había ido a Egipto para trabajar. Luego, cuando quizá estaban ya instalados y con todo resuelto, de nuevo se le aparece el ángel del Señor para indicarle que vuelva a su tierra. San José muestra otra vez su animosidad. Cuando llega, oye decir que Arquelao reina en Judea y que es peor todavía que su padre Herodes. Por eso decide marchar a Nazaret. Allí inició su vida de siempre, vida de trabajo afanoso e incesante, bien hecho, con mucho amor de Dios. Así pudo sacar adelante a su familia que, aunque sagrada, no carecía de dificultades.

¿Qué podemos aprender de estas lecturas? Quizá algo importante sea la llamada al respeto, en especial a los mayores cuyas facultades están sensible­mente mermadas. Hemos de cultivarlo a pesar de: a pesar de las rarezas y de las manías que puedan tener, a pesar de los defectos más o menos acusados que tengan. Dios se ha encarnado entre nosotros. No hagamos daño al Mesías que está presente, aunque encubierto, en los mayores o en los más débi­les. Y añadamos el respeto a la pie­dad.

Otro buen consejo: cultivemos en las relaciones mutuas los sentimientos positivos y las actitudes positi­vas. La vida familiar ha de ser una escuela de los afec­tos. Procuremos tener un mundo afectivo rico en nuestra relación con los otros miem­bros de la familia. No nos volvamos indiferentes a ellos, no seamos inex­presivos. Cuidemos los detalles del saludo afectuoso, de la sonrisa, de la acogida cordial, de la preocupación discre­ta (y también del respeto al silen­cio de los otros), del regalo, del servicio sencillo; cuidemos el gesto del perdón cuando nos han herido. Quien cultiva diariamente lo pequeño, también sabrá adoptar las actitudes adecuadas en lo grande, en lo importante. ¿Podemos conducirnos así? Sí podemos, aunque tengamos nuestros fallos. Hay una verdad que la experiencia pone ante nuestros ojos: quien se sabe perdonado, está más dispues­to al perdón; quien se sabe acogi­do, se muestra más pronto a acoger. Y así sucesivamente. Pues reparemos un poco en lo que Dios ha hecho con noso­tros: cómo nos ha acogido entre sus hijos, cómo nos ha perdonado, cómo nos ha dado su paz.

Y en tercer lugar, busquemos en todo la voluntad de Dios. José nos da un buen ejemplo de esa disposición interior, cuando secunda la inspiración interior y vela por la seguridad del niño y la madre. Quien busca la voluntad de Dios vive para más que para sí mismo, piensa en más que en sí mismo, cuida más que su propia persona.

José, María y Jesús escribieron las páginas más sencillas y entrañables de la Historia, páginas para que las contemplemos y las imitemos. Son tan sencillas que están al alcance de todos. Dios quiso mostrarnos cómo había de ser nuestra vida de familia y, durante treinta años, vivió unas circunstancias del todo iguales a las que hemos de vivir la inmensa mayoría de todos nosotros. Vivamos, pues, como vivió san José, con una gran fe y, al mismo tiempo, con un esfuerzo serio por hacer bien el trabajo de cada día.

Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

¡No hay eventos!
Radio Palabra

God Gossip