Comentario al Evangelio del domingo 27-07-2025

Fecha

27 Jul 2025
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Pedid y se os dará.

Queridos hermanos, paz y bien.

Cerezo Barredo - Domingo 17 del Tiempo OrdinarioLa oración ha preocupado, preocupa y preocupará siempre al creyente. Porque sin oración no se puede estar en contacto con Dios, ni llamarse amigo suyo. Las lecturas de hoy nos hablan de la importancia de este aspecto de nuestra vida.

Como ejemplo de oración, la primera lectura nos presenta el modelo de Abrahán. Si la semana pasada era presentado como ejemplo de fe y de hospitalidad, en ésta lo vemos como guía para la oración. Ante la amenaza que pende sobre la ciudad de Sodoma, y preocupado por el destino de su sobrino, empieza a interceder por él y por su familia. Así deben de regatear los comerciantes en Oriente. Pasamos de cincuenta a cuarenta y cinco, y luego a cuarenta y después de diez en diez…

En realidad, podemos decir que el mensaje de este regateo es doble. Por un lado, nos recuerda la infinita largueza de nuestro Dios. Él está dispuesto a mirarnos siempre con misericordia. Esa misericordia que muchas veces podemos sentir durante la oración. Sin esa oración, es muy difícil.

Por otro lado, sabemos que en tiempos del patriarca Abrahán no se encontró ni un justo en Sodoma y Gomorra. Hoy, ya lo sabemos, hemos encontrado al Justo, a Cristo, y por eso podemos estar seguros del perdón de Dios.

A ese Justo, los Apóstoles le han visto orando tanto tiempo y con tanta frecuencia que quieren aprender. Si el Señor los ha llamado para estar con Él, para vivir con Él, quieren imitarlo en todo. También en la forma de relacionarse con el Padre. Quieren aprender a rezar de una forma diferente, para no ser iguales a los demás grupos religiosos.

Cristo se inspira en su experiencia de vida para enseñar a sus Discípulos a orar. Siente a Dios como Padre. Además, ora siempre, a pesar de que no tienen tiempo ni para comer, en ocasiones. Antes de cada decisión importante, también se retira para orar. Busca en todo momento hacer la voluntad de su “Abba”. Con esas claves, recibimos la oración del Padre Nuestro. Una oración humilde, llena de confianza y sincera, como era la relación de Jesús con su Padre.

Comparado con las oraciones a las que estaban acostumbrados, seguramente la oración que Jesús les dio les parecería corta. Sabían de memoria largos salmos y otras plegarias de la tradición oral hebrea. El Maestro va a lo esencial: la experiencia de Dios como Padre, el clamor por el Reino, el perdón de todas las ofensas y el pan de cada día.

Con ser tan breve, nos da unas pistas sobre lo que tiene que ser lo central en nuestra vida. Por ejemplo, nos recuerda que todos somos familia. Decimos “Padre nuestro”, y no “Padre mío”. Porque todos somos hijos de Dios. Al llamarle Padre, reconocemos los lazos que unen a todos entre sí y con toda la humanidad. Como una gran familia. Los Discípulos reconocen los lazos que les unen entre sí y con todos los hombres. Todos hijos de Dios. Y de la alegría de saberse hijos del mismo Padre, nace el compromiso en el anuncio del Reino de ese Dios que es Padre de todos.

Todo lo que Jesús hizo y dijo buscaba únicamente hacer la voluntad del Padre. Él quiere que su Reino venga a nosotros, o sea: que su Nombre sea santificado por todos; que formemos el gran pueblo de Dios; que tengamos vida en abundancia, gracias a que podemos adquirir con nuestro esfuerzo lo que necesitamos para vivir con dignidad cada día (el pan); que crezcamos en la vida comunitaria y en la solidaridad (el perdón); que superemos individualismos y egoísmos (las tentaciones); que nos podamos librar de todo aquello que nos oprime (el mal).

Nos dice Jesús que la oración cristiana es siempre escuchada, aunque nuestra experiencia no parece confirmar esa afirmación. Para que no dejemos de rezar, y recemos como Dios quiere, Jesús usa tres imágenes: pedir, buscar y llamar a la puerta. Si perseveramos en la oración, produce siempre resultados inesperados, aunque no siempre como y cuando nos gustaría.

Es verdad que fuera de nosotros todo continuará igual, es decir, la enfermedad seguirá su curso, la ofensa sufrida no desaparecerá, las traiciones producirán dolor, pero algo irá cambiando poco a poco dentro de nosotros, si perseveramos en nuestra oración. Si nos vamos configurando con Cristo, si la mente y el corazón son cada vez más de Cristo, si los ojos con los que miramos al mundo y a los hermanos son más “divinos”, la oración ha dado su fruto, ha sido escuchada.

Si con la ayuda de la oración recuperamos la serenidad y la paz interior, poco a poco también se restañarán las heridas morales y psicológicas. Y, en ocasiones, las enfermedades del cuerpo se pueden curar más deprisa. Ésa es la fuerza de la oración. Ésa es nuestra fuerza.

Y si alguien quiere ahondar en la oración que Jesús nos enseñó, aquí hay buenas pistas. Que el Magisterio siempre nos ilumina.

Vuestro hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.

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