Comentario al Evangelio del domingo 23-11-2025 #3
Queridos hermanos, paz y bien.
En este segundo domingo de Adviento surgen dos grandes personajes: Isaías y Juan Bautista. Se dan cuenta de que este mundo nuestro está bastante viejo, y nos hablan de jardinería y de obras públicas. Por un lado, en plenos fríos y con los árboles pelados, surgen flores, y se nos dice que conviene podar y hasta talar mucho árbol inútil. Y, por otro, hay que acabar con los baches, limpiar las señales de los caminos para que se vean bien y reafirmar el pavimento, porque vamos a recibir una visita importante y queremos facilitar su llegada.
La primera lectura es todo un sueño. Es que el Adviento es un tiempo para soñar. Lo mismo que los padres que van a tener un hijo sueñan a propósito de él, así el profeta soñaba sobre aquel renuevo del tronco de Jesé. Lo veía revestido de los dones del Espíritu. Y soñaba con las transformaciones que se iban a producir con su presencia: una paz y reconciliación universales.
Nos gustaría que esta visión fuera real: que la violencia desapareciera de la tierra, que no hubiera disputas ni antagonismos, que el lobo viviera junto al cordero, y el niño pequeño no temiera a los animales salvajes y los pastoreara. Un hermoso sueño de un mundo maravilloso. Más de una vez, diversos soñadores han intentado crear un mundo así en la tierra, desarrollando diversas teorías utópicas sobre un estado ideal. Pero, por desgracia, nadie ha logrado siquiera acercarse al ideal, y las revoluciones que tenían como objetivo construir un estado sin violencia han llevado al terror, a más violencia e injusticia aún.
Probablemente, no puede haber tal orden del mundo aquí en la tierra, como no puede el lobo dejar de comer ovejas. Las noticias que nos transmiten los medios de comunicación son muchas veces verdaderas pesadillas. Pero podemos aspirar a librarnos de la violencia, podemos avanzar hacia ese objetivo que solo es alcanzable en el Reino de Dios y en la vida eterna. Y cada paso que damos en el camino hacia ese objetivo es muy importante para nuestra alma.
Necesitamos defendernos frente a la desesperanza soñando sueños como el profeta. Aunque sepamos que la reconciliación universal pertenece a la vida cumplida del Reino de Dios. Pero ya ahora hemos de realizar anticipos, a pequeña o mayor escala, de esa paz cumplida. En una palabra: cuidemos nuestros gestos; cuidemos nuestra acogida; aprendamos a soñar despiertos buenos sueños. Así abriremos un camino al Señor que llega.
En la segunda lectura se nos ha hecho una invitación a la acogida. Y esto es motivo para unas preguntas: tú que has sido acogido por Dios, ¿abres de par en par las puertas de tu espíritu?, ¿o sólo entreabres la puerta y dejas a la gente en el umbral, sin invitarla a entrar, sin decirle: «está usted en su casa»? Tu actitud inicial ante los otros, guardadas las normas de elemental prudencia ante los desconocidos, ¿es normalmente de reserva, de muchas reservas, o de acogida franca? ¿Te escabulles ante la gente que te puede resultar algo pesada? ¿Los orillas? ¿Hay atención personal? También podemos hacer una lectura a escala social: marginados, emigrantes…
Y llegamos al bautismo de Juan. Es la invitación a iniciar un camino de purificación interior. Ése era el sentido que tenía el bautismo que Juan, el precursor de Jesús, practicaba. Para quienes lo recibían debía ser el gesto que ratificaba el propósito de tener un corazón bien dispuesto para los tiempos de Dios que se avecinaban. Pero nosotros podemos desvirtuar ese bautismo y rebajarlo a nada más que un chapuzón. Es que tenemos una notable capacidad para desvirtuar las cosas. Eso es lo que parece querer decir el Bautista a los fariseos y saduceos que acudieron a bautizarse. Creían que era suficiente cumplir con un rito. Pero la verdad es que un rito sólo es como un tronco sin raíces y sin frutos.
Pongamos un ejemplo: la señal de la cruz que hacemos sobre nosotros al persignarnos o al santiguarnos. ¿Qué queremos significar al hacernos esa señal? ¿Qué significa de suyo hacer ese signo sobre nosotros? Pueden ser muchas cosas: un deseo de vernos protegidos por ese signo poderoso que es la cruz de Cristo; o también: un deseo de conformar nuestros pensamientos con los pensamientos de Cristo (cuando nos signamos en la frente); un propósito de conformar nuestras palabras con las palabras de Cristo (cuando nos signamos en la boca); un deseo de conformar nuestros amores y voluntades con los amores y voluntades de Cristo (cuando nos signamos en el pecho); también podemos querer expresar nuestra disposición a abrazar la cruz en nuestra vida.
O pensad en otro gesto tan sencillo como un saludo. Si no ponemos en él algo de alma, es otro rito que se degrada en pura rutina. Pero el que sea un gesto habitual no tiene por qué convertirlo en un gesto vacío. Podemos decir “hola” y salir corriendo, o podemos saludar e interesarnos por la persona con la que nos hemos cruzado. Sólo si vivimos así los gestos que realizamos tienen éstos sentido. Sólo entonces la señal de la cruz será más que mímica, más que un garabato que trazamos sobre nuestro cuerpo. No nos engañamos a nosotros mismos ni engañamos a nadie. Es lo que dice Juan a esos hombres: «yo os bautizo con agua para que os convirtáis».
El hacha que corta los árboles de raíz tiene la misma función atribuida por Jesús a las tijeras que podan la vid y la liberan de ramas inútiles que la privan de la preciosa savia y la sofocan (cfr. Jn 15,2). Los árboles caídos y arrojados al fuego no son los hombres —a quienes Dios ama siempre como hijos— sino las raíces del mal, que están presentes en cada persona y en cada estructura y que deben ser destruidas para que no puedan ya más germinar (Mt 13,19). Los cortes son siempre dolorosos, pero aquellos realizados por Dios son providenciales: crean las condiciones para que surjan nuevas ramas, capaces de producir frutos abundantes.
Así pues, hermanos, no nos descuidemos. ¡Es tiempo de conversión! ¡El reino de los cielos está ahí: a la puerta! Dios viene a ti, y tú huyes de Él, pero la verdad es que estás huyendo de ti mismo. Dios está cerca, pero tú te alejas. No huyas tanto, que Dios corre más. Dios quiere entrar en tu casa y quedarse contigo. No te pide méritos, sino tu fe y tu hospitalidad. Abre confiadamente tus puertas a Dios. No temas, que Dios viene con agua, con fuego y con Espíritu. Es lo que necesitas para llenarte de vida. Déjate bañar por la misericordia de Dios, para convertirte en una persona nueva. Aprovecha la ocasión. El perdón sigue siendo gratis…
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.

