Comentario al Evangelio del domingo 23-11-2025

Fecha

23 Nov 2025

Queridos hermanos, paz y bien.

Los criCerezo Barredo Solemnidad de Cristo Reystianos somos, a veces, un poco raros. Vivimos en el mundo, pero un poco a nuestro aire. Se nos acaba el año (litúrgico) y, con toda tranquilidad, podremos decir “Feliz Año nuevo litúrgico” la semana que viene. Cosas de la fe.

Éste es el último domingo del tiempo ordinario. Dentro de una semana, comenzamos el Adviento. Esta fiesta fue instituida por el Papa Pío XI en tiempos especiales: cuando en Europa se estaba produciendo el auge de los totalitaris¬mos, en 1925. Se celebraba el domingo anterior a la solemnidad de Todos los Santos. En la mente y en la intención de Pío XI se podía entrever un último sueño de Cristiandad. Por eso, en la encíclica Quas primas (11 de diciembre de 1925) se decía que, ante el avance del ateísmo y de la secularización de la sociedad, todos los hombres deberían reconocer la soberana autoridad de Cristo.

En la oración se rezaba para que todos los pueblos, disgregados por la herida del pecado, se sometieran al suavísimo imperio del Reino de Cristo. Quería el Papa que todos los pueblos reconocieran a Cristo como Rey y le prestaran la obediencia que, tal como entonces se entendía, se debía prestar al rey de cualquier país o nación. El Papa, con la mejor de las intenciones y con no poco optimismo, abogaba por gobiernos confesionales y católicos, en los que la autoridad de Cristo y del Evangelio no fuera discutida.

En 1970, el Papa san Pablo VI cambió el título de la fiesta, que comenzó a llamarse fiesta de Jesucristo, Rey del universo y se debía celebrar el último domingo del año litúrgico. Se cambió parte de la oración, en que ahora se dice: que toda la creación, liberada de la esclavitud del pecado, sirva a tu majestad y te glorifique sin fin.

Ahora, en 2025, nuestros reyes no tienen la autoridad y el poder que tenían hace un siglo y la mayor parte de los reyes reinan, pero no gobiernan. Hoy, en esta fiesta, los cristianos queremos, y así se lo pedimos a Dios, que Cristo reine en el universo, es decir, en los corazones y en las vidas de todas las personas, sin olvidar que somos nosotros, las personas, las que debemos gobernar este mundo social y político en el que nos ha tocado vivir. Creemos que esta es la voluntad de Cristo, nuestro modelo, que no quiso hacer de este mundo su reino. En este sentido, le pedimos todos los días a Dios, en el Padrenuestro, que venga a nosotros su reino.

De un rey nos habla la primera lectura. David, el menor de sus hermanos, es ungido como rey de Israel en Hebrón. Tiene que continuar o mejorar las obras de Saúl, convirtiéndose en el pastor de su pueblo. ¿Cómo es que esta pequeña historia se convierte en la primera lectura de la fiesta de Cristo Rey? Será porque Jesús es la respuesta de Dios a las oraciones y a las expectativas de su pueblo. Él es el Mesías, el Rey que “dominará de mar a mar, del río al confín de la tierra” (Sal 72,8). Si esto es así, ¿por qué entonces los israelitas no lo escucharon? ¿Por qué los ancianos del pueblo quisieron que fuera crucificado en vez de ungirlo como rey, tal como hicieron sus antepasados con David en Hebrón? El Evangelio nos dirá la razón. Es que el Reino no sólo hay que desearlo, sino que también hay que aceptarlo y trabajar por él.

Sabemos que reyes ha habido muchos a lo largo de la historia. Y la mayoría quisieron gobernar sobre bases erróneas. No puede subsistir mucho tiempo una sociedad humana construida sobre la mentira, la violencia, la fuerza bruta, la falta de respeto a los derechos de las personas, y en especial a los derechos de los más débiles, la destruc¬ción de los disidentes, la desconfianza sistemática, la delación. Por mucho que la maquillemos con los medios de propaganda, es una sociedad mortalmente enferma. La antigua Unión Soviética, o muchas dictaduras de América Latina son buena prueba de ello. Hemos descubierto cómo los grandes estados de rostro inhumano eran en realidad monstruos con pies de barro.

Frente a esto, se nos presenta la vida de Jesús; un hombre insignificante a los ojos de la “carne” sin ningún otro poder que el poder de convicción de su palabra: ni poder económico, ni fuerzas armadas, sin fasto de ningún tipo. Un Rey atípico. Nació en un pesebre, no en un palacio; trabajó para ganarse el pan. Ejercía sólo una autoridad con rostro humano. No se basaba en la fuerza, sino en el “enamoramiento”, en el dejarse encontrar por todos. Zaqueo, la mujer samaritana, Mateo, María Magdalena… Muchos fueron convencidos por el ejemplo y el testimonio de Cristo. Un rey muy especial.

A ese Rey, los jefes del pueblo lo tientan con la tercera de las argumentaciones de Satanás, recordándole que es el protegido de Dios. Los soldados, por su parte, recuerdan el valor político del título de Mesías: un rey dispone de poder (como le dijo el demonio a Jesús en el desierto). Pero el Reino de Jesús no es de este mundo, como le replicó Cristo a Poncio Pilato. El malhechor colgado en la cruz representa la tentación más fuerte, porque está sufriendo en la cruz junto a Jesús. Es la más diabólica de las pruebas: ¿No eres Tú el Mesías? Hace falta estar muy arraigado en Dios Padre para no rendirse, para aceptar la voluntad de ese Padre Bueno.

En medio de la prueba, hay también un punto para la esperanza. En el mismo Calvario, se inaugura el Reino de Dios: al buen ladrón Jesús le dice que hoy compartirá la plena felicidad con Él. El que en el mundo no encontró la paz, la halló al final de sus días, hasta poder descansar con Cristo en el Paraíso.

De cada de uno de nosotros depende decidir. ¿Quieres ser parte de una historia llena de esperanza? Está terminando el año litúrgico. Revisa tu vida, y prepárate para que el Adviento, que está llamando a las puertas, no te sorprenda desprevenido. Puedes ser amigo de un Rey que no inspira miedo, sino dulzura; que no busca castigarte, sino hacerte feliz; que no limita tu libertad, sino que la desarrolla hasta el máximo… Un Rey distinto, que te invita a ser de los suyos. Él te espera. ¿Vas a ser como los jefes, como los soldados, como el ladrón que grita contra Jesús, o como el buen ladrón? Tú decides.

Vuestro hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.

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