Comentario al Evangelio del domingo 20-07-2025
María ha escogido la parte mejor.
Queridos hermanos, paz y bien.
En medio de los calores del verano europeo, encontramos a Jesús y a sus amigos entrando en una casa a descansar. Con los amigos, como hacemos también nosotros, de vez en cuando. A todos nos viene bien, de vez en cuando, recargar las pilas.
Los ángeles que se le aparecieron a Abrahán no iban a descansar, precisamente. De incógnito, sin saber quiénes eran, el Patriarca los acogió. Gratuitamente. Porque la característica de la hospitalidad auténtica es ser gratuita. En el Antiguo Testamento, entre otros, se nos ofrecen dos ejemplos: Job y Abrahán. Del primero se cuenta que había construido su propia casa con cuatro puertas, abierta a las cuatro puntos cardinales, para facilitar la entrada a los pobres. De Abrahán hoy se recuerda la exquisita bienvenida con que recibió a Dios (sin saber quiénes eran sus huéspedes) y que nos presenta la primera lectura.
La recompensa que recibe por su hospitalidad es la promesa de un hijo. ¿Qué mejor regalo para un matrimonio anciano que un descendiente? Una vez más, dios puede hacer posible lo que a los ojos de los hombres era imposible.
La segunda lectura nos presenta a un Pablo ya entrado en años. Ha pasado por muchas situaciones, trabajando por la propagación del Evangelio. Y, a pesar de todos los sufrimientos, se siente feliz. Lo es porque ha dedicado su vida a una causa que merece la pena. Con sus sufrimientos, Pablo completa los padecimientos de Cristo. Ha desempeñado su tarea, ha anunciado a los paganos el Misterio escondido desde el comienzo de los tiempos. No le queda sino esperar el final de su vida “aconsejando y enseñando a cada uno… a fin de que todos alcancen su madurez en Cristo”.
Ese conocimiento de Cristo unifica y transforma. Es un conocimiento que no consiste sólo en acumular informaciones sobre Jesús, sino que permite entrar en comunión profunda de vida y destino con su persona. Una pequeña historia nos lo puede aclarar. Se trata de un diálogo entre dos hombres:
– «De modo que te has convertido a Cristo?»
– «Sí».
– «Entonces sabrás mucho sobre Él. Dime: ¿En qué país nació?»-
«No lo sé».
– «¿A qué edad murió?»
– «Tampoco lo sé».
– «¿Sabrás al menos cuantos sermones pronunció?»
– «Pues no… No lo sé».
– «La verdad es que sabes muy poco, para ser un hombre que afirma haberse convertido a Cristo…»
«Tienes toda la razón, Y yo mismo estoy avergonzado de lo poco que sé acerca de Él. Pero sí que sé algo: Hace tres años, yo era un borracho. Estaba cargado de deudas. Mi familia se deshacía en pedazos. Mi mujer y mis hijos temían como un nublado mi vuelta a casa cada noche. Pero ahora he dejado la bebida; no tenemos deudas; nuestro hogar es un hogar feliz; mis hijos esperan ansiosamente mi vuelta a casa cada noche. Todo esto es lo que ha hecho Cristo por mí. Y esto es lo que sé de Cristo».
Todos tenemos que ser humildes. Es decir, aceptar que el protagonista en nuestra vida debe ser Dios. Humilde es el que ora no para que Dios realice sus planes, sino para que Dios realice sus planes en él. Humildes para poder seguir al Maestro, que es manso y humilde de corazón.
Y la prueba de que somos humildes debe de ser el compromiso. Frente a las denuncias de alejarnos de la realidad o de perder el tiempo en vano que se nos hacen con fre¬cuencia, nada ha de ser tan comprometedor como orar. Del amor a Dios, hemos de pasar al amor a los hijos de Dios. Si de verdad estamos en relación con Dios, tenemos que hacer que se note en nuestra vida. Toda oración habrá de tener una fuerte dosis de entrega amorosa para con los intereses de Dios y para con los intereses del prójimo, del que hablábamos hace unas semanas. Todo orante tiene una familia a su cargo: la hu¬manidad entera. Como la tuvo Jesús, que dio su vida por todos.
Otro momento interesante. Es san Juan el que nos deja escrito: “Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro”. Por ese orden. Y sin duda Marta lo sabía. Y por eso cuando ya se vio ahogada con la preparación de una comida para por lo menos trece huéspedes que se habían presentado de improviso (y las amas de casa que estáis saben lo que eso significa) no se dirige a María, sino a Jesús y como santa Teresa se encara con Él y le dice: “Pero Señor es que no te importa que mi hermana me haya dejado sola en el servicio. Dile que me eche una mano”. Con otras palabras: “basta ya de cháchara, Señor, que no doy abasto y os tengo que preparar de comer.”
Y en ese mismo ambiente familiar la contestación de Jesús: “una sola cosa es necesaria”. No son pocos los que la interpretan como si el Señor hubiera dicho: “Marta, vengo a pasar unas horas con vosotros y tú te metes en la cocina y no hay manera de verte y oírte. Por favor, déjalo todo que con cualquier cosa me contento. Un par de huevos fritos es suficiente”.
Jesús le dijo a Marta que las obras de caridad u hospitalidad han de ser consecuencia de la escucha de la Palabra. Escuchar la Palabra fructifica en acciones de caridad y generosidad. La hospitalidad convencional tiene unos límites. Pero hay una hospitalidad más profunda, que nace de la escucha de la Palabra de Dios.
De hecho, Marta aprendió la lección. El cuarto evangelio nos dice que cuando murió Lázaro Marta salió a recibir a Jesús fuera del pueblo de Betania. El diálogo entre ambos es bellísimo. Marta se revela como una excelente discípula de Jesús que ha comprendido de verdad su misterio. Es, de hecho, la mujer que confiesa por primera vez: «Sé que eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo».
Así que, de una cosa, sí nos quiere avisar el Señor: del peligro de la rutina. A fuerza de trabajar, a fuerza de atender a los mil detalles que exige un hogar acabamos por no saber para qué trabajamos. El norte se nos niebla y no nos queda más que la monotonía desesperante de ese día a día. Siempre igual en la mayoría de nuestras ocupaciones y mucho más en el trabajo de la casa.
Hay que estar atento. El proceso de autoconocimiento puede ser lento. Pero hemos de madrugar cada mañana a ese encuentro con Cristo, al descubrimiento de su significado para nosotros. Al final, parece que Jesús no se equivocó en el Evangelio. María escogió la mejor parte. Y, aunque parezca lo contrario, las religiosas contemplativas tienen mucho que hacer en este mundo. Por de pronto, rezar por todos los que no rezamos lo que debiéramos. Lo dice muy bien la regla de san Benito: ora et labora. Pues eso.
Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.