Comentario al Evangelio del domingo, 18 de junio de 2023
Enrique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
UNA MIRADA A LA MUCHEDUMBRE


Andaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor. Pero pastores tenían, y en abundancia. Todo el gremio de sacerdotes, con su milimétrico cuidado del culto del templo, los letrados y fariseos, bien formados, con la doctrina clara, precisa y minuciosa, como para resolver todas las situaciones que pudieran plantearse y marcar lo correcto y lo incorrecto, lo moral y lo inmoral. Expertos en casuística (aunque no en personas), se consideraban portavoces cualificados de la voluntad de Dios.
Cuando más adelante Jesús llama a los cansados y agobiados y les habla de su yugo llevadero y su carga ligera probablemente se refiera a que estos pastores y su forma de tratar al rebaño son la causa de ese agobio y cansancio, de ese estar extenuados y abandonados. Aquellas gentes no necesitan pastores que multipliquen las normas, que excluyan a los que no cumplen la voluntad de Dios, que lo regulen todo y que parezca que la Alianza (1ª lectura) – un pacto de amor y entrega por el que Dios se había convertido en libertador de un pueblo para hacer de ellos un pueblo de sacerdotes y una nación santa– consiste en un código de obligaciones y prohibiciones que no les hacía ni más felices, ni más hermanos ni más libres. Aquellos pastores andaban escasos de misericordia y desentendidos de los sufrimientos del pueblo, sin presentarles alternativas ni ayudarles a salir de su penosa situación.
Cuando los pastores no son lo que deberían ser, cuando las estructuras sofocan la vida, cuando lo que importa es el reglamento, cuando el funcionamiento y el orden y el conformismo prevalecen sobre la espontaneidad y la originalidad, cuando las personas son objeto de imposiciones que llueven desde la cima de la pirámide, cuando no se les educa en el ejercicio de la libertad, cuando se tiene miedo de la conciencia y del cerebro, cuando se siente un gran respeto por la opinión pública, pero sólo en los documentos oficiales, cuando no queda espacio para una verdadera creatividad, entonces el rebaño tiene la impresión -y no sólo la impresión- de que no tiene pastores, sino funcionarios, y que no cuentan para nada. (A. PRONZATO, Sólo tú tienes palabras)
Por eso, llama a «otros». A los que han escuchado el mensaje de las bienaventuranzas y están dispuestos a vivir de un modo diferente, y que convierten su relación con Dios en un camino de felicidad, donde el que está mal es el centro principal del Reino, de la relación con Dios, donde nadie que excluido.


La «autoridad» o «poder» que nos concede el Señor es para la lucha contra el mal. Una lucha que no es exclusiva de los que tienen responsabilidades pastorales en la Comunidad Cristiana, sino de todos los que se han sentido llamados e ilusionados por el Mensaje de las Bienaventuranzas, de los que hemos aprendido que la Gloria de Dios es el cuidado y la felicidad del hombre, llevar a lo más alto, en alas de águila, a los caídos al borde del camino, de los que estamos dispuestos a ser un pueblo sacerdotal que se arrodilla a lavar los pies cansados del camino, y que sabe que comulgar en la Eucaristía significa comulgar en el servicio y en la entrega de la propia vida en favor incluso de los que no son justos (2ª lectura) como hizo el propio Jesús, y como espera que nosotros hagamos. Seguramente también tendremos que llamar a otros muchos, porque la tarea (la mies) es inmensa, y los caminos y ciudades que nos aguardan son incontables.
Eduquemos, pues, nuestra «mirada» para ser capaces de compadecer, convocar, proclamar, sanar, limpiar, resucitar, curar y desterrar demonios de modo que seamos una Iglesia misionera, una Iglesia compasiva y misericordiosa, una Iglesia humanizadora, una Iglesia acogedora e integradora, una Iglesia sinodal, una Iglesia de personas felices, portadoras de una misericordia y una fidelidad que ha de llegar a todas las generaciones.
Quique Martínez de la Lama-Noriega

