Comentario al Evangelio del domingo 17-08-2025
He venido a prender fuego a la tierra.
Queridos hermanos, paz y bien.
En Europa, en la calle hace calor, pero vivimos en un mundo frío religiosamente. A nuestro alrededor, las cosas de Misa interesan más bien poco, y no es frecuente ver en las primeras páginas de los periódicos o en los titulares de los telediarios noticias de la Iglesia. Y si hablan, suele ser para mal, por ejemplo, de los abusos.
Y cuando no sabemos muy bien qué hacer con nuestras vidas, porque los mensajes que recibimos son muy relativistas, del tipo todo vale, llega Jesús y hoy no nos tranquiliza. Es el mismo Cristo que puede decir venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; encontraréis vuestro descanso, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera; dejad que los niños se acerquen a mí; la paz os dejo, mi paz os doy. Jesús aparece ahora, no como un refugio, no como lugar de acogida, sino como una persona peligrosa. Los símbolos a que hace referencia son el fuego y la espada. El fuego que devora y calcina, que siembra desolación a su paso; la espada que hiere, que rasga y separa.
Hay en la enseñanza de Jesús una continua tendencia a la paradoja. En un momento dice que es manso, pacífico y humilde y que su yugo – su cruz – es suave y ligero. Pero ahora – como hemos escuchado en la lectura de este domingo vigésimo del tiempo ordinario – afirma que no ha venido al mundo al traer la paz, sino la división. El uso de la paradoja – patrimonio también de la espiritualidad de Oriente – ayuda a reflexionar más, a no quedarse en la superficie. Una parte muy importante del Reino de Jesús está en el pensamiento, en la capacidad de discernimiento del hombre. No es posible quedarse, respecto a Cristo, en la superficie o en la aceptación no reflexiva de lo que los demás dicen del Él.
Quizá nos resulte difícil concordar y casar una y otra clase de palabras. Lo mejor es dejarlas intactas y procurar aprender de su mensaje, aunque nos resulte en buena medida enigmático.
Hay que mantener, por tanto, estas palabras de Jesús sobre el fuego y la espada, como las otras palabras que hablan de llevar la cruz en pos de Jesús, o de que sus seguidores tendrán el ciento por uno en esta vida con persecuciones. No podemos domesticar el Evangelio, no podemos reescribir un Evangelio quitándole los pasajes que nos desconciertan. A la palabra de Dios, a la palabra de Jesús, no podemos quitarles el filo, reducirlas a hierro o acero que ni pincha ni corta, o convertirlas en cuchillo de palo. Ni mucho menos podemos domesticar a Dios, hacerlo demasiado de casa, convertirlo en un abuelete en zapatillas.
Ciertamente, Dios es luz, en Él no hay nada oscuro ni maligno. Pero la experiencia de Dios y la vida de fe no siempre serán algo que serena, que da paz y sosiego; también pueden sembrar en nosotros una inquietud, una inquietud vivificante. Dios es el Indisponible, el que no se somete a nuestros deseos.
Es el testimonio que nos han dejado los creyentes que han tenido una experiencia más depurada de Dios. Recordad la experiencia de Isaías: un serafín aplicándole a la boca un ascua, para purificar sus labios. Y recordad las palabras de San Juan de la Cruz: ¡oh cauterio suave, oh regalada llaga! La experiencia del místico, al final, no es una experiencia distinta de la de los creyentes normales, aunque sea más intensa y depurada. Vemos que Juan de la Cruz nos la presenta como la experiencia de un fuego, la experiencia de una llaga, de la herida abierta por una espada. Dios es el tres veces santo, y la santidad de Dios es algo que a la vez fascina y hace temblar. Hemos de aprender a amar a Dios por Dios.
En nuestra vida de oración hemos de estar dispuestos a vivir momentos de abundancia y devoción y también momentos de esterilidad; y tendremos la impresión de que no somos escuchados, de que nuestras plegarias caen en saco roto; en nuestra vida de fe, hemos de estar dispuestos a vivir momentos de cercanía de Dios y momentos de desalación y abandono; la fe vive en el claroscuro, es una adhesión en la noche, no podemos reducir a Dios a un teorema geométrico. Nos gustaría decir con Unamuno: «Una señal, Señor, una tan sólo; una que acabe con todos los ateos de la tierra.» Quienes tienen vocación de profetas, o de misioneros, o de testigos del evangelio en la Iglesia pueden pasar por trances como el profeta Jeremías, cuya suerte estaba a merced de un rey tan indeciso como manejable.
Jesús ha venido a traernos una Buena Noticia que, como el fuego, debe convertirse en incendio. Esta Buena Noticia perturba, amenaza la tranquilidad pública, la paz familiar, y además provoca divisiones, desgarramientos y confrontación. Jesús se nos presenta ayer y hoy como un “signo de contradicción”, como una bandera, que puede ser la bandera de la paz, o la bandera de la guerra. Por eso no podemos extrañarnos: una gran pasión lleva necesariamente a la Pasión y la entrega de la propia vida. El ser apasionados significa padecer como Jesús, verdadero signo de contradicción para todos los hombres y mujeres.
Es decir, Jesús se convierte para cada ser humano en auténtico divisor y piedra de escándalo. Ante él es necesario tomar una postura en la vida: unos lo aceptarán y se salvarán; otros lo rechazarán y se perderán. Por eso el Evangelio, que es esencialmente un mensaje de paz, se convierte al mismo tiempo den una declaración de guerra. Y él será el único criterio de profunda y definitiva división entre los seres humanos, hasta que Dios en el juicio final (Mt 25, 31ss) haga su propia división.
La historia nos recuerda que, tras la lucha llega la paz, tal como después de la tempestad arriba la calma. El Señor Jesús nos va a ayudar siempre a encontrar la paz y la calma. Sin embargo, lo que no podemos pretender es encontrar calma y paz sobre bases equivocadas y fraudulentas. El Reino de Dios está basado en la libertad, la paz, la justicia, el amor… Es más que obvio que muchos se oponen a la libertad; no aman la paz, porque la guerra les es más rentable; crean su propia justicia para seguir oprimiendo y el amor es solo – para esos muchos – otro tipo de instrumentalización y abuso respecto a lo que deberían ser tratados como hermanos. Con tal antagonismo la paz parece imposible. Pero esta paz llegará un día de manera total y vendrá de la mano de Jesús. A nosotros nos tocar aportar nuestro granito de arena, aquí y ahora.
En Europa, hace calor en la calle, pero quizá nosotros sigamos siendo fríos. Con frecuencia nos rondan el cansancio y el miedo ante la incomodidad que supone ser hoy cristiano, y estar en contra del aborto, del sexo sin amor, de la pena de muerte, de la corrupción, de la injusticia económica… Es tarea nuestra ser continuadores de la obra de Cristo, y poder incendiar el mundo a nuestro alrededor. Como hace mi amigo Pablo, que muchos fines de semana sale, por España y por Europa, con otros evangelizadores para hablar con la gente, darles una estampita o un fragmento de la Palabra de Dios. A todos los que se encuentran, les hablan del Señor. Sin miedo. Revisemos nuestra vida cotidiana. Si nunca hemos sido motivo de discordia en el trabajo o entre los amigos, quizá sea porque nos cuesta expresar nuestras convicciones cristianas. Ojalá podamos ser un signo que interpele a los que se cruzan con nosotros. Eso significará que vamos por buen camino.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.