Comentario al Evangelio del domingo, 16 de octubre de 2022
Enrique Martínez de la Lama-Noriega
ORAR SIN DESANIMARSE
“La fe cristiana nos ofrece una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente. El presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino”. (BENEDICTO XVI, Spe Salvi, n°1)
♠ La parábola de Jesús nos presenta dos personajes:
+ El primero es un juez, cuyo deber es el proteger a los débiles y a los indefensos, pero en vez de eso, es un insensato irresponsable, inicuo, corrupto, malvado…
Él mismo, en su monólogo, reconoce que la mala fama que se ha ganado está bien justificada: “Aunque no temo a Dios, ni me importan los hombres”…
+ El segundo personaje es una viuda. En la literatura del antiguo Medio Oriente y en la Biblia es uno de los símbolos o prototipo de la persona indefensa (junto con el huérfano, el pobre y el inmigrante), expuesta a abusos y fraudes, que, teniendo en cuenta su condición, no puede contar con ninguna ayuda o mediación… más que al Señor. El libro del Eclesiástico se conmueve frente a esta condición y amenaza al que abusa de ella: “Dios es justo y no favorece a nadie contra el pobre; escucha las suplicas del oprimido; no desoye los gritos del huérfano o de la viuda cuando repiten su queja; mientras corren las lágrimas por sus mejillas, y a las lágrimas se añade el gemido, sus penas consiguen su favor y su grito alcanza las nubes” (Eclo 35,15-21).
♠ Pues la viuda de esta historia ha sufrido una injusticia. No sabemos cuál. Pero reclama sus derechos, sin que el juez nadie le haga caso. Seguramente no dispone de dinero para un abogado, ni conoce a nadie que se ocupe de su causa, o la pueda recomendar. Sobre todo no tiene un «varón» que la defienda en aquella sociedad tan machista. Sólo le queda hacer una cosa: importunar al juez continuamente, con obstinación, a riesgo de parecer y ser una pesada.
♠ La parábola continúa con el monólogo del magistrado, que ya harto decide por fin un resolver el caso. No porque se esté arrepentido de su comportamiento inaceptable, sino porque está agotado y fastidiado por la insistencia de la mujer: "esta viuda es muy molesta, me importuna, se ha vuelto insoportable" (vv. 4-5).
♠ ¿Y a quién representa el juez malvado? Desde luego que no representa a Dios, porque él mismo dice que «no teme a Dios». Dios no es un juez distraído de sus obligaciones y responsabilidades, al que habría que dar la lata para que haga justicia. Dios es justo y misericordioso siempre y en todos los casos. Y él es mucho mejor que nosotros, sin duda alguna.
Este personaje sin rostro sería cualquier autoridad que no cumple éticamente con sus responsabilidades. Sería cualquier poder que evita atender a los que lo pasan peor, que mira para otro lado. Sería el símbolo del abuso, la corrupción, la deshumanización que tantas veces han visitado y visitan nuestra historia (y del que no sería nada difícil encontrar ejemplos actuales), causando tanto sufrimiento, a personas concretas y hasta a pueblos enteros.
A Jesús le interesa esa situación insostenible que afecta a la viuda porque es la que se van a encontrar a menudo sus discípulos. ¿No fue el propio Jesús víctima de jueces injustos?
♠ ¿Y qué hacer entonces? Este es el mensaje de la parábola: orar. Dice Lucas que Jesús contó esta parábola para inculcar "la necesidad de orar siempre, sin desanimarse".
La oración en ningún caso puede pretender forzar a Dios para hacer nuestra voluntad. Sería una insensatez -por no decir otra cosa-, que pretendamos cambiar la voluntad de Dios. Es más bien al revés. Ya lo decía San Agustín: “La oración no es para mover a Dios, sino para movernos a nosotros“ (Carta a Proba).
Orar sin desanimarse (mejor que «sin desfallecer»). El «desánimo» es fácil que se presente cuando no obtenemos los resultados esperados, o no son proporcionales a nuestro esfuerzo, o cuando fracasamos en la búsqueda y defensa de la justicia, y comprobamos tantas veces que el mal se sale con la suya, cuando nuestras oraciones no son atendidas… En definitiva: «¿para qué orar, para qué seguir, para qué insistir?».
La oración es el gran medio para no perder la cabeza aun en los momentos más difíciles y dramáticos, cuando todo parece conjurarse contra nosotros y contra el reino de Dios. Para no perderse entre los múltiples y confusos criterios de nuestra sociedad, para no dejarnos presionar por quien sea, ni tomar demasiado rápido decisiones inadecuadas. Para que no renunciemos nunca a defender y exigir lo justo, lo bueno, lo ético.
♠ ¿Cómo se hace para rezar siempre? No está pensando Jesús en que procuremos repetir alguna jaculatoria, o que nos acordemos de él en algunos momentos del día, cuantos más mejor. O en que multipliquemos los rezos. Todo eso puede estar muy bien, sobre todo si va acompañado de un auténtico sentimiento del corazón y una disposición a hacer la parte que nos toca en lo que pedimos. Y no está de más que recordemos la advertencia de Jesús para que no seamos charlatanes como los paganos, que piensan que serán escuchados por su mucho hablar. El Padre celestial ya sabe lo que necesitamos antes de pedírselo (Mt 6,7).
Pero la oración a la que se refiere Jesús, esa que no debe ser interrumpida, consiste en mantenerse en constante diálogo con el Señor. Que Él sea nuestro criterio, nuestro apoyo y nuestra referencia para poder valorar la realidad, los acontecimientos, las personas, sin desanimarnos ni confundirnos. Y discernir así nuestros pensamientos, sentimientos, reacciones, y proyectos y opciones posibles…
Esto significa e implica que Dios nos habla a través de nuestra vida diaria y de lo que va ocurriendo también a otros. Por ejemplo: un malestar por algo que no hicimos bien o un remordimiento; una inquietud por algo que tenemos pendiente. Un darnos cuenta de que alguien nos necesita y nos espera. Una llamada para aprender y madurar con algo doloroso o difícil que nos está pasando y preguntarnos cómo actuar sin perder los papeles, sin desesperarnos, sin dejarnos llevar, sin resignarnos, sin renunciar a lo irrenunciable (por ejemplo la justicia que exigía la viuda)… También en lo positivo nos espera y habla Dios: saborear y disfrutar de algo que nos ha hecho bien, o que nosotros hemos hecho bien.
En resumen: Mirar nuestra vida despacio, en su compañía, con sus ojos, preguntándonos: ¿Qué me dices, Señor? ¿qué esperas de mí? ¿Cuál es tu voluntad? ¿Qué tengo que cuidar? ¿Qué puedo aprender? ¿Qué decisión debo tomar?, etc
♠ Esta oración de la que habla Jesús supone no tomar ninguna decisión sin haberlo antes consultado con él. Significa no pasar página si no la pasa él. Si rompemos o prescindimos de esta relación permanente con Dios, si—para utilizar la imagen de la primera lectura—dejamos caer los brazos, inmediatamente los enemigos de la vida y de la libertad saldrán ganando. Enemigos que se llaman pasión, impulsos incontrolados, reacciones instintivas, intereses de quien sea, presión del ambiente… Ya lo advirtió Jesús en vísperas de su pasión: «Velad y orad para no caer en tentación».
Para ayudarnos en esta tarea nos decía hoy San Pablo: «Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena.» Lo cual supone que es indispensable contar con ella en nuestra oración: conocerla (incluso estudiarla), meditarla y discernir aplicándola a nuestra vida, y a las distintas situaciones personales y ajenas.
De esto modo Dios estará presente «siempre» en nuestra vida: en los encuentros personales, decisiones, proyectos, criterios, opciones… Nos ayudará, como a la viuda, a no acostumbrarnos a lo que no es de Dios, sin cansarnos, sin desanimarnos, siendo incluso pesados y tercos. Y podremos darnos cuenta de que todo está en las manos de Dios, y que al final hará justicia. Pero si renunciamos a esta oración… nuestra fe se acabará disolviendo y nosotros acabaremos siendo y haciendo lo que no queremos ser ni hacer.
Pues ánimo y a aprovechar y procurar y cultivar esa presencia cercana de Dios en medio de nuestra vida
Quique Martínez de la Lama-Noriega, cmf
Imagen superior José María Morillo