Comentario al Evangelio del domingo 16-11-2025
Queridos hermanos, paz y bien.
Estamos cerca del final del año litúrgico, y en las lecturas se va notando ese aspecto escatológico, de final de los tiempos. Para que, antes de la celebración de Jesucristo, Rey del universo, la Liturgia nos vaya poniendo en ambiente, de modo que lo que tenga que venir no nos pille desprevenidos, que luego todo son prisas, y las prisas son malas consejeras.
En otros tiempos no muy lejanos estos temas del fin del mundo, del Juicio Final, de la cosecha, de fuegos y hornos, de separar, de castigo y premio estaban muy presentes en las predicaciones, y se utilizaban relatos como los de hoy para amenazar, meter miedo y lanzar condenas contra esto y lo otor y lo de más allá. Tal vez hoy nos hemos ido al otro lado del péndulo, y este tema se silencia totalmente. Entre las creencias de muchos cristianos han dejado de estar presentes palabras como Juicio Final, condena, salvación, infierno y hasta la resurrección de los muertos, que en algunos casos ha sido substituida por cosas tan exóticas y ajenas a nuestra fe como la reencarnación, la trasmigración de las almas, la liberación del espíritu o la “fusión con la energía natural”.
También hay que decir que no faltan algunos grupos, sectas, que andan asustando al personal, por lo general poco formado en cuestiones bíblicas y de fe, con “el fin del mundo”, que está ahí, como decían algunos en torno al año 2000, y ven por todas partes signos de ese final. Vamos a dar algunas claves para situar este importante tema en su justo lugar. Nos ayudan las lecturas de este domingo.
Y es que, cuando menos nos lo esperemos, llegará el día del Señor, del que nos habla la primera lectura. Y entonces habrá que demostrar que somos de los perseverantes. Es decir, de los constantes, de los tenaces, de los firmes, de los insistentes… Y eso no se logra de un día para otro. Hay que entrenar, como los deportistas que quieren llegar a la cima, con mucha intensidad cada jornada.
Los israelitas del tiempo del profeta Malaquías se cuestionaban qué sentido tenían sus buenas acciones, de qué valía cumplir los mandamientos de Dios, cuando veían que a los malvados les va muy bien en este mundo, y a los justos, a los buenos les rodean los sufrimientos y las dificultades y con frecuencia el fracaso más absoluto. Y, a no ser que uno esté ciego, esta pregunta todos nos la hemos formulado alguna vez, porque el mal está bien presente en nuestro mundo. El profeta empieza por asegurar que Dios es fiel y nunca abandona al que le teme y sirve, y afirma que habrá un día, el Día de Yahveh, el día del Juicio, de colocar a cada uno en su sitio, de hacer el balance de la vida de cada cual, de hacer justicia a quienes han sido objeto de injusticias… Y esto no cuestiona para nada la afirmación de que “Dios es bueno”, que perdona siempre, que quiere salvar a todos…
Porque junto a esta afirmación hay que colocar otra: el hombre ha sido creado con libertad, y en ella está incluida la posibilidad de la autodestrucción, de la opción por el mal, de la traición a los hermanos, etc. Ante la que Dios no puede hacer absolutamente nada más que sufrirlo. En un mundo agrícola como el de aquel tiempo, fue lógico echar mano de imágenes del campo para explicar este hecho: la recolección, donde se aparta el grano de la paja, para quemar ésta y guardar aquélla. Tal vez hoy se habría hablado de arrojar a los contenedores para ser “reciclados”.
La imagen es sólo una imagen. Pero este hecho del Juicio no se vivía con temor por parte del pueblo fiel: no era una amenaza para ellos, sino un acontecimiento que les llenaba de esperanza y de fuerza para su vivir de aquí. Ellos serían rodeados de luz, les envolvería la paz, disfrutarían del Banquete del Reino, verían a Dios cara a cara, etc.
En tiempos de Jesús se produjo el convencimiento de que ese día ocurriría inmediatamente. Y esperaban una intervención espectacular de Dios, que algunos aprovechaban para hacer objeto de sus predicaciones y de sus intereses personales (económicos y de todo tipo: como también hoy). Y Jesús aclara unas cuantas cosas que nos vienen muy bien.
Porque cuando se acerca el final la lucha es más encarnizada, la tentación más seductora y fuerte, el peligro acecha por todas partes. Jesús previene a sus discípulos, cuando -al parecer- estaban encantados por la belleza del Templo. Interrumpe Jesús la contemplación gozosa de los suyos y les previene. Jesús aclara unas cuantas cosas que nos vienen muy bien:
- – Que vendrán muchos “en nombre de Dios” diciendo que son Dios, que vienen de su parte, amenazando con que ese día Este cerca. Pues no les hagáis el menor caso. Ni apariciones de vírgenes, ni iluminados, ni videntes, ni Testigos de Jehová ni nada.
- – Cuando veáis (y las vemos) guerras y revoluciones, terremotos, epidemias y hambre, espantos y grandes signos en el cielo… no tengáis pánico. Eso son cosas propias de nuestro mundo, y más: serán la ocasión de que deis testimonio.
- – Y llevando la atención de sus oyentes en otra dirección, les avisa: A vosotros, a mis discípulos, a los que os tomáis en serio mi mensaje, os echarán mano, os perseguirán, os entregarán a los tribunales y a la cárcel y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por ser de los míos. Y os traicionarán vuestros propios familiares, y matarán a algunos de vosotros, y os odiarán por mi nombre.
Esto último sí que nos tiene que preocupar. Es señal de que estamos en buen camino. Jesús no pone paños calientes a su mensaje, ni disimula su radicalidad. Bien clarito lo dice: ser de los míos os tiene que suponer dificultades. Y la invitación es a ser testigos, a demostrar en dónde tenemos puesta nuestra confianza, por qué valores y estilo de vida hemos optado…
Y aquí llega San Pablo con la segunda lectura: “Me he enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada”. El Apóstol de los gentiles nos recomienda “trabajar tranquilos y con laboriosidad”, sin dejarnos distraer por quienes distraen a la comunidad con predicciones de sucesos fatales.
Lo de no hacer nada se puede referir también a nosotros. Por ejemplo, cuando vemos a nuestro lado hambres y guerras, gente que vive sola, niños sin familias, jóvenes metidos entre drogas y alcohol, manipuladores y vulgaridad, cuando percibimos que tantos hombres hoy no conocen ni experimentan a Dios, cuando el consumo/individualismo/comodidad se han convertido en los nuevos dioses, cuando falta poner tanto corazón y comprensión a nuestro lado, ¿tú qué haces?
Dicho de otra manera: ¿Te has visto ya en dificultades por ser de los de Jesús? ¿Te has tomado en serio las Bienaventuranzas? ¿Te has buscado problemas con los de tu propia familia por ir contracorriente? ¿Te has encontrado dificultades en tu trabajo por hacer las cosas “como Dios manda”? ¿O tal vez eres de los que andan “muy ocupados” en no hacer nada? ¿Nada? ¿Nada que merezca la pena, nada que cuente en el Banco Interplanetario Celestial donde estamos llamados a tener un tesoro en palabras del mismo Jesús?
Hablamos de la Buena Nueva. Sin embargo, la parte del mensaje que escuchamos hoy en día a menudo suena más como malas noticias: terremotos, hambrunas, guerras y destrucción. Aun así, lo que nos dice sigue siendo una buena noticia, porque Jesús quiere asegurarnos de que, en todas las miserias y problemas que nos rodean, Dios está de nuestro lado y nos ama. No debemos escuchar a quienes nos amenazan con un final aterrador. Somos, y debemos seguir siendo, personas de esperanza. Pidamos a Jesús, nuestro Señor entre nosotros, que nos llene de confianza y esperanza.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.

