Comentario al Evangelio del día 29-07-2025
Queridos hermanos, paz y bien.
Un domingo más el tiempo ordinario sigue sin ser del todo ordinario. En esta ocasión, la liturgia nos presenta la solemnidad de los santos Pedro y Pablos, apóstoles. Si se me permite la expresión, unos “apostolazos”. Además, se podría decir que, por distintos caminos, llegaron a la misma meta. Uno, apóstol, traidor y arrepentido; el otro, perseguidor y convertido después del encuentro con Cristo. Los caminos del Señor son misteriosos. A través de sus vidas y sus sacrificios aprendemos el valor de la fe y el testimonio valiente de Cristo. Lo dejaron todo por seguir a Jesús, y perseveraron en su misión. Con persecuciones…
Cada uno de nosotros, como Pedro y como Pablo, somos distintos y debemos vivir nuestra fe, una misma fe, de acuerdo con nuestro propio carácter, con nuestras propias convicciones, con nuestra propia manera de sentir y de amar a Dios y al prójimo. La fe cristiana, evidentemente, es una y única, pero la vivencia y la expresión de esa fe será siempre personal e intransferible, aunque nuestra profesión de fe se haga dentro de una misma Iglesia y dentro de una misma comunidad cristiana. Cada uno con su misión personal.
Con una persecución comienzan las lecturas este domingo, en los Hechos de los Apóstoles. El relato del encarcelamiento y milagrosa liberación de Pedro nos da pie para pensar en las diversas maneras en que Dios ha intervenido e interviene en nuestras vidas. Que son muchas y muy variadas. Seguramente no con un arcángel, como sucedió con Santa María, pero sí con personas que han cumplido esa misión angelical. Recuerdo la primera vez que volvimos de Krasnoyarsk, en Siberia, a Moscú, el año 1997, y en la capital de Rusia nos recibió un conocido, que nos alojó en su casa, nos llevó de paseo por la Plaza Roja y nos dejó en el aeropuerto con destino a Madrid. Un verdadero ángel.
A Pedro, ese ángel le abrió las puertas, y le permitió seguir con su misión, a pesar de todo. Para los cristianos perseguidos en la época en que escribe su Evangelio Lucas, es un gran estímulo. Se puede ser fiel en las pruebas, como lo fue Pedro y como lo fueron todos los Apóstoles.
Además, también se nos dice que Dios no abandona nunca a quien se juega la vida por el Evangelio. Pedro comprende que “el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.” Ese ángel, por otra parte, cumplió un prodigio más extraordinario en el martirio de Pedro y Pablo: liberó a los dos apóstoles del temor de ofrecer la vida por Cristo. Es éste el prodigio que Dios quiere realizar en cada auténtico discípulo: liberarlo de las cadenas que lo tienen prisionero y le impiden correr a lo largo del camino trazado por Jesús.
Esa aceptación de su destino la narra Pablo en la segunda lectura de hoy. “El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo.” Toda una vida llena de aventuras, algunas buenas, muchas dolorosas, incluso peligrosas para la vida del apóstol. Ese ansia perseguidor se vuelca en la predicación del Evangelio después del encuentro con Cristo, camino de Damasco. Contra todo y contra todos. En el resumen final del texto, su adhesión ejemplar al evangelio nos viene propuesta para invitarnos a llevar una vida más coherente con la fe que profesamos. A pesar de las dificultades. Que fueron, lo sabemos, muchísimas.
Y terminamos este repaso por las lecturas de hoy con el Evangelio. Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Podemos olvidarnos ahora del texto y del contexto evangélico, y preguntarnos a nosotros mismos: ¿Quién es para mí, Jesús de Nazaret? Olvidémonos de lo que dice la gente y de respuestas que hemos aprendido hace más o menos tiempo en la catequesis. Entremos en el fondo de nuestro corazón y, a solas con nosotros mismos, repitamos sosegada y profundamente, la pregunta: “¿Quién es para mí Jesús de Nazaret, hasta qué punto mi fe en Él condiciona y dirige toda mi conducta?” Ojalá que, de la respuesta, sincera que demos, pueda decirse que no nos la ha revelado nadie de carne y hueso, sino el Padre que está en el cielo Sería el mejor homenaje que, en esta fiesta, podríamos ofrecer a San Pedro y a San Pablo.
Recordemos que los santos están ahí no para que los contemplemos en los altares, sino para enseñarnos a vivir la vida, la vida de cada día, en cristiano, para que aprendamos a decirle al Señor, como le dijo Pedro: “Tú sabes que te amo”, aunque no lo parezca en determinadas ocasiones, y para que no regateemos esfuerzos cuando la misión que, desde el vientre de nuestra madre se nos dio, nos pida algo más de lo que estamos dispuestos a dar.
Los santos están ahí para estimularnos, ayudarnos y demostrarnos que para los hombres es difícil, pero para Dios nada es imposible. Y los santos de hoy, Pedro y Pablo, son dos grandes hombres a cuya sombra nos conviene estar para que, como al tullido de la Puerta hermosa en Jerusalén, Pedro nos libere de nuestra parálisis; y Pablo nos empuje, si es necesario con toda la energía de su carácter indomable, para andar con Él por el camino recto hacia el Cielo.
Vuestro hermano en la fe,
Alejandro, C.M.F.