Comentario al Evangelio del día 16-08-2025
Jesús casi siempre nos rompe los esquemas y nos invita a mirar la realidad de otra manera. Es lo que les pasaba a los discípulos que iban de sorpresa en sorpresa. Seguían a Jesús pensando que era el Mesías prometido y que, por seguirle, iban a tener derecho a los primeros puestos en su reino y va Jesús y les dice que el Hijo del hombre va a ser entregado y que lo van a crucificar. No terminan nunca de llegar a Jerusalén que es el centro del judaísmo y donde necesariamente el Mesías se tiene que proclamar. Sin prisa ninguna, Jesús se dedica a recorrer los caminos de Galilea, esa frontera entre el mundo judío y el mundo pagano. No sólo eso. Además, Jesús empeña con mezclarse con publicanos y pecadores, con enfermos y pobres de solemnidad, haciéndose impuro el que tenía que ser el centro de la pureza, el Mesías. Los discípulos no entendían a Jesús. Nada de nada. Pero algo en el fondo de su corazón, les decía que, aún sin entender, valía la pena seguirle.
Es lo que vemos en el texto evangélico de hoy. Jesús y los niños. Vamos a quitarnos la idea que tenemos hoy de los niños, esas criaturas a las que se dirigen todos los cuidados y atenciones imaginables. En el tiempo de Jesús, los niños no valían gran cosa. Nacían muchos y morían también muchos. No eran considerados como personas con todos sus derechos. No se les veía como impuros pero sí estaban marginados y poco valorados socialmente.
La actitud de Jesús, imponiéndoles las manos y declarando que de los que se hacen como los niños es el reino de los cielos, fue claramente escandalosa. Un maestro que se preciase a sí mismo nunca haría eso. Se vería como una pérdida de tiempo. Por eso, los discípulos regañaban a Jesús. Es un término fuerte el que usa el evangelista: “regañar”. Señal clara de que los discípulos no entendían nada. Es que entonces y ahora nos sigue costando entender que los pobres, los menores, los que no son nada en nuestra sociedad, son los primeros en el reino de los cielos. Y que acogerlos, respetarlos, dignificarlos es mucho más importante que todas las ceremonias, inciensos y liturgias que podamos hacer en nuestras iglesias.
Fernando Torres, cmf