Comentario al Evangelio del día 13-10-2025
Cuando nos hablan de signos solemos pensar en cosas maravillosas: una estrella atravesando el cielo, curaciones milagrosas, etc. Posiblemente era a ese tipo de signos a los que se referían los que rodeaban a Jesús. Y precisamente no era en ese tipo de signos en los que estaba pensando Jesús. Él mismo es el signo, el gran signo, el que habla de la presencia de Dios en nuestro mundo, el que marca el comienzo del reino. Ni estrellas cayendo del cielo ni cosas parecidas. El gran signo es un hombre, Jesús, que se acerca a los pobres, que camina con todos, que habla de Dios Padre, que hace de su vida un testimonio de la misericordia de del Padre para con todos, especialmente para con los más abandonados, marginados, oprimidos…
Pero lo malo de los signos es que siempre son ambiguos. Dependen de la interpretación, del punto de vista, del modo de mirarlos. Los milagros que hacía Jesús para unos eran signo de la presencia y acción de Dios. Otros pensaban que Jesús hacía esos milagro por el poder de Belzebú (cf. MT 12,24).
Hoy también hay muchos signos. Depende de los ojos que miran, del corazón que los acoge. Incluso hay signos negativos ¿No es un signo que las guerras sigan en nuestro mundo y que no consigan nunca arreglar nada sino, generalmente, empeorar las situaciones? ¿No sería lo más lógico e inteligente desechar la guerra como posible solución a nuestros problemas? Y, sin embargo, seguimos yendo a la guerra y armando ejércitos pensando que es necesario.
Hay muchos más signos positivos. Cercanos y lejanos. Dejo al lector que piense un poco en cuáles pueden ser esos signos. Claro que verlos y aceptarlos como signos dependerá, inevitablemente, de los ojos y las intenciones con que se miren. Tendríamos que pedir en nuestra oración que Dios nos regale unas gafas bien regladas para que podamos distinguir esos signos que nos confirmen en la fe y que nos ayuden a seguir trabajando en favor del reino, de la fraternidad y la justicia.
Fernando Torres