Comentario al Evangelio del día 13-09-2025
El texto evangélico de hoy nos puede subir un montón la autoestima. Y nos puede llevar incluso a juzgar malamente, y condenar, a nuestros hermanos. Ese “por sus frutos los conoceréis”, que ha sido la forma de pasar al lenguaje ordinario la idea central de estas palabras de Jesús, ha servido demasiadas veces para condenar a nuestros hermanos. Hemos visto el fruto y nos hemos quedado convencidos de que, si el fruto era malo, entonces las raíces también lo eran. Ya no había nada que hacer. Ya no valía la pena gastar ni tiempo ni esfuerzos. Ese árbol, esa persona, ya no tenía remedio. Pero ni Jesús ni el reino son así. Para Dios Padre ningún hijo es definitivamente malo. Y ¿quién somos nosotros para determinar que las raíces están dañadas para siempre?
Igual es que pensamos que ya estamos en situación de superioridad, dispuestos a juzgar y valorar a los demás porque nosotros hemos levantado nuestra casa –nuestra fe, nuestra vida, nuestras convicciones– sobre roca firme y por mucho que vengan los vientos o las aguas la casa no se va a mover. La verdad es que el agua siempre busca un hueco y hasta en las casas mejor construidas aparecen humedades al cabo de los años. Y eso sin necesidad de que haya grandes crecidas ni fuertes temporales. La verdad es que nuestra casa, nuestra fe, como todas las casas, necesita un trabajo de mantenimiento continuo.
El texto evangélico de hoy nos invita a bajar los humos, a no creernos los supermanes de la fe. Este texto es como un baño de humildad. Estamos en camino, con nuestros hermanos. Estamos construyendo la casa de nuestra vida y, basta para saberlo con echar la vista atrás a nuestra propia historia, lo que se va levantando no es perfecto. Nos va a hacer falta mucha misericordia y paciencia por parte de Dios para ir mejorando poco a poco lo que vamos haciendo. No hay más que decir: apliquemos esa misma misericordia y paciencia a nuestros hermanos. Como Dios lo hace con nosotros.
Fernando Torres, cmf