Comentario al Evangelio del 8-12-2025
A veces me da un poco de miedo pensar en el contraste entre las imágenes de la Virgen María a las que estamos acostumbrados (coronas, mantos, joyas…) y lo que casi con toda seguridad fue la vida de aquella mujer sencilla de pueblo que María de Nazaret. Y de pueblo muy pueblo, porque en aquella época, como me aseguró un arqueólogo, Nazaret no pasaba de ser unas pocas cuevas habitadas.
Pero con el tiempo hemos ido transformando a María en algo que casi seguro no fue. Santuarios, apariciones, mensajes, declaraciones, novenas… Prefiero pensar en aquella mujer sencilla pero llena de fe. Una mujer que tuvo un hijo al que posiblemente nunca entendió del todo y del que en algún momento hasta pensó que estaba loco, pero que también en el fondo de su corazón lo miraba con la esperanza puesta en Dios. Una mujer fiel y sencilla en su fe. No entendió a su hijo pero no le dejó, caminó a su lado. Hasta el momento del máximo “no entender” cuando le acompañó hasta la cruz. Cuando todas las promesas parecía que se habían roto, ella siguió allí. Por amor de madre y porque en su corazón creía que había algo más del dolor y la muerte que se veían a primera vista.
Hoy pienso en la Inmaculada no subida en un pedestal sino en la mujer sencilla y llena de fe, que sin entender mucho, sin saber de teología, acompañó a Jesús y a sus discípulos, estuvo de su lado, dejó que la palabra de su hijo cayera en su corazón. Y siguió caminando.
Hoy quiero celebrar a todas esas personas que, como María, sin entender ni saber teologías, creen con sencillez y van dando la mano a sus hermanos y hermanas, acompañando en el dolor y la muerte, llorando con los que lloran, gozando con los que se gozan, haciendo familia, fraternidad, justicia, sin dejar nunca a nadie fuera –por más que parezca loco o fuera de sí. O sea, haciendo y construyendo el Reino de Dios aquí en nuestro mundo, creando espacios de amor y fraternidad donde nadie es excluido.
Fernando Torres, cmf

