Comentario al Evangelio del 5º Domingo de Pascua

Fecha

20 – 25 May 2025

Amaos también entre vosotros.

Queridos hermanos, paz y bien.

Cerezo Barredo - Quinto Domingo de Pascua CSeguimos avanzando por el camino de la Pascua. Ese camino en el que asistimos, cada domingo, al nacimiento y desarrollo de la Iglesia primitiva. Sobre todo, en estos domingos previos, por los trabajos de Pedro, Pablo y Bernabé. Ellos nos enseñan que todos los creyentes son miembros del mismo cuerpo y que no pueden vivir aislados. Cada uno es responsable, a su manera, de la salvación de los demás.

Los Hechos de los Apóstoles profundizan, precisamente, en esta dimensión comunitaria de la fe. Pablo y Bernabé, que están terminando su periplo misionero, vuelven a casa, reafirmando a las jóvenes comunidades que han ido fundando. Por eso designan a unos presbíteros, para que se ocupen de estructurar y reafirmar esos grupos.

Y es que no podemos pensar en la fe como algo solamente individual. Para ser buen creyente, hay que ser buen hermano. Debemos pensar en los demás y en su progreso personal y espiritual. El que piensa sólo en sí mismo podrá ser una buena persona, piadosa, religiosa, pero no del todo cristiana. Los ancianos, o sea, los presbíteros, son los encargados de mantener viva esa dimensión comunitaria. Sobre todo, para acompañar a los que acaban de incorporarse a la comunidad, para que sepan crecer como personas y como creyentes.

Crecer en la fe significa aceptar y entender que creer en Cristo no elimina los problemas. El sufrimiento acompaña al creyente, pero ese sufrimiento tiene sentido. Es un momento doloroso, que lleva al Reino, o sea, a la felicidad total junto a Dios. Es difícil, pero se puede llegar a entender así el sufrimiento, con mucha fe en Dios.

Esa felicidad será completa en “el cielo nuevo y la tierra nueva” de la segunda lectura. Es la meta hacia la que debemos orientar todos nuestros esfuerzos por cambiar las situaciones de muerte que nos rodean, para poder salvar al mundo con la fuerza y la luz del Señor Resucitado. Esa luz es la que nos permite mirar el mundo con esperanza, a pesar de todas las catástrofes que amenazan al mundo. Hay esperanza. Porque esta profecía sí se cumple en esta Nueva Alianza, sellada con la sangre de Cristo. Todo se hace nuevo.

Y el Evangelio de Juan nos presenta la seña de identidad de los cristianos: el amor. En el marco de la despedida de sus Discípulos, les hace entrega de su testamento vital. A Jesús le cuesta despedirse (porque como hombre apreciaba a sus amigos) y, en medio del pesar, ofrece a sus Apóstoles la mejor de sus enseñanzas. Cristo quiere que esas palabras que les ha transmitido se hagan carne, las hagan vida, la escriban en sus entrañas, las guarden en la mente y las conserven en el corazón. Vivid amando y amándoos. Es lo que les pidió en sus últimas horas.

Al final, va a resultar que lo que nos pide el Señor no es tanto; es fácil de aprender y de recordar. “Amad como Yo os he amado”. Porque si amas, serás testigo del amor, podrás ser generoso y compasivo, hermano de tus hermanos y buen hijo del Padre que es “Abba”, que es amor.

Que sea fácil de recordar no significa que sea tan fácil de cumplir. Amar “como Yo os he amado”. Mientras haya personas en el mundo, habrá deseo de amarse los unos a otros. Mucho antes de la encarnación de Cristo, ya se habían escrito muchos textos y se habían dicho muchas palabras sobre el amor. ¿Por qué sus palabras: «amaos los unos a otros como yo os he amado» (Jn 15, 12) no están destinadas a perderse entre miles de poemas geniales, libros venerables y canciones hermosas? Porque Él nos llama a amar como Él ama. Y Él nos ama como el Padre lo ama a Él. (Cf. Jn 15, 9). Y predicó con el ejemplo, amando hasta dar su propia vida por amor. Amar a los demás como nos ama Jesús no es una cuestión de «quiero o no quiero», es un mandamiento, una ley dada por Dios mismo.

Y no se puede decir que no queramos hacerlo. Desde la infancia soñamos con formar una familia y tener hijos, encontrar un trabajo que nos guste, estar rodeados de amigos, y todo ello para amar. Somos profundamente infelices si no tenemos a nadie a quien amar. Pero ¿queremos amar como Cristo? Y ahí es donde empiezan los problemas, porque Él también ama a quienes, desde nuestro punto de vista, no son dignos de amor, acerca a sí a todos aquellos a quienes nosotros hemos relegado al margen; ve lo que nosotros nos negamos a ver; por ejemplo, que quienes viven, creen y actúan de manera diferente a nosotros también son personas. Incluso sucede que entre Él y nosotros se intercalan de repente los Mandamientos del Decálogo, y nosotros concebimos ardides virtuosos para eludirlos o declarar que no son para todos, que se refieren a otra cosa y que en el siglo XXI no es seguro que sigan vigentes: una fe a la carta. Amar a Dios supone aceptar también esos Mandamientos.

Surge otra pregunta: ¿está al alcance de una persona común el amor de Cristo? ¿Tiene sentido hablar de ello con aquéllos que en pocas horas lo dejarán solo (cf. Jn 16, 32), con Pedro, que se acobardará y lo negará? «Os he llamado amigos…» (Jn 15, 25). ¿Y a Judas también? ¿Incluso en el momento de la traición, cuando se acerca con su beso? El amor de Jesús nos lleva a menudo a una dimensión espiritual que está más allá de nuestra comprensión humana. Pero Jesús lo dice muy claro: «Os he llamado amigos, porque os he dicho todo lo que he oído de mi Padre. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros» (Jn 15, 15-16). Y si nos eligió, significa que creyó en nosotros. Creyó que en nuestro difícil y arduo camino hacia el amor podemos siempre apoyarnos y confiar en Él.

Esta semana hemos celebrado la fiesta del apóstol Matías. Podemos pensar que él tuvo que amar por dos: por sí mismo y por Judas, que había renunciado al amor. Quizás nosotros también estamos llamados a sustituir a alguien que ha dicho «no». Y esta vocación es el amor supremo de Dios por el mundo. Hace muy poco nos despedimos del papa Francisco. Y ahora, en su lugar, hay un Papa nuevo, León XIV, y lo primero que ha hecho ha sido transmitir las palabras de Jesús resucitado: «¡La paz sea con vosotros!» La cadena de transmisión del amor no se ha roto, el camino continúa. El Hijo es el amor del Padre, y nosotros somos el amor del Hijo en este nuestro camino terrenal. Y si alguien rechaza este amor, «que otro reciba su dignidad» (Hechos 1, 20).

Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.

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