Comentario al Evangelio del 3º Domingo de Pascua – 4 de mayo de 2025
Queridos hermanos, paz y bien.
Acabamos de asistir al entierro del Papa Francisco, y estamos en las vísperas del inicio del cónclave que elegirá al nuevo Pontífice. Seguimos orando con toda la Iglesia. En este contexto, la liturgia nos presenta la llamada del primer Papa, san Pedro. ¿Casualidad? Más bien, el paso de Dios por nuestra vida. Porque Él siempre está ahí, aunque a veces nos cueste verlo, y la Palabra siempre nos ilumina.
Vamos avanzando por el camino de la Pascua, y Jesús sigue haciéndose presente en la vida de sus Discípulos. Tres domingos de Pascua, y tres relatos evangélicos de apariciones. El Evangelio de hoy nos narra la tercera aparición de Jesús después de resucitado. Esta vez se aparece a siete de sus discípulos junto al lado de Tiberiades. En las dos anteriores apariciones el Señor se aparece en domingo, en esta ocasión lo hace cualquier día de la semana, les visita cuando están ocupados en sus quehaceres diarios, en el trabajo
Hay siete testigos, como digo, de la aparición del Señor. El siete ha sido siempre el número de la perfección. Y los testigos son Pedro y una muestra de los diversos discípulos que hay en todos los grupos: alguno con dudas, otros con mucho genio, uno más conservador y dos sin nombre, en los que nos podemos ver representados cada uno de nosotros.
De Pedro surge la iniciativa para volver al trabajo. Al oír esa propuesta, los otros se unen. Podíamos pensar que estaban cansados de no hacer nada, después de la muerte de Jesús. O, si lo vemos desde otro punto de vista, Pedro es el líder del grupo, y le siguen. Aunque la noche no resulta demasiado productiva.
No pescan nada, porque les falta la luz. No sólo la luz del sol, sino también la luz que es Jesús. Sin Él, aunque lo intenten, no pueden hacer nada. Sólo al amanecer llega la Luz que les indica el camino para ser verdaderos pescadores de hombres. Confiando en Él, ocurre el prodigio: una pesca milagrosa.
Ya en tierra, tiene lugar la comida. Pedro aporta parte del pescado recién atrapado. Da de lo que tiene, para ese almuerzo fraterno. El fruto, además, del trabajo de todos. Y en torno a las brasas se produce el reconocimiento: saben, sin preguntar, que es el Maestro. Reparte el pan y los peces y se restablece la comunidad que se había dispersado tras el arresto de Cristo. Pero queda todavía algo: que Pedro se convenza de que ha sido perdonado.
A las tres negaciones se contraponen tres afirmaciones de afecto. Contra los “noes”, los “síes”. Se trata de una cuestión de amor. Ese amor que no le faltaba a Pedro, aunque el miedo le pudiera en el momento de la verdad. Ahora, la encomienda: “Apacienta a mis ovejas”. Cuando se ha reafirmado su fe, llega el momento de ser la cabeza del grupo, de la Iglesia naciente.
Jesús ayuda a Pedro a que purgue y olvide su antiguo pecado. Probablemente desde ese día, Pedro no tendría escrúpulos y se sintió limpio y perdonado. Uno de los mayores enemigos del alma es el escrúpulo. La confesión da una certeza objetiva de que los pecados han sido perdonados. Otra cosa es que Pedro recordase con tristeza y sensación de sentirse pecador sus negaciones, pero sabiendo que la culpa había sido borrada. En este año del “Jubileo de la esperanza” sabernos perdonados debe darnos también a nosotros motivos para seguir adelante, con mucha esperanza.
Desde ese momento, se transforman de verdad en pescadores de hombres. Cumpliendo el mandato del Maestro, porque “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Ese pequeño grupo se va incrementando progresivamente, gracias a la atrevida predicación de los testigos de la resurrección. Transmitiendo al pueblo el mensaje de vida que ellos mismos habían visto y oído. “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero.” Jesús está vivo, les ha regalado su Espíritu y los acompaña en la misión. De esa certeza nace la fuerza que hace posible enfrentarse a las autoridades. A la luz del Resucitado están dispuestos a llegar hasta el final, entregando la vida cuando sea preciso. Contentos de sufrir por el nombre de Jesús.
A nuestras comunidades de hoy también se nos pide que estemos dispuestos a presentar los frutos de nuestro trabajo. Compartiendo crecemos en solidaridad y en empatía. Y, sobre todo, se nos recuerda que nuestra fuerza está en el compartir el Pan de la Eucaristía, el Cuerpo de Cristo. Juntos, en comunidad, podemos ver al Señor.
Porque a Jesús, a veces, no se le ve a la primera. Cuesta reconocerlo. Lo hemos visto en todos los relatos de apariciones en estas semanas de Pascua. María Magdalena, los discípulos de Emaús, los mismos Apóstoles… Pero los suyos sí saben descubrirlo. Los creyentes saben por experiencia que está vivo. Los suyos saben dónde está Él. Y los suyos son los que siguen diciendo a los incrédulos: hemos visto al Señor. Que también nosotros podamos dar ese testimonio.
Vuestro hermano en la fe, Alejandro, C.M.F.