Comentario al Evangelio del 28-11-2025

Fecha

28 Nov 2025

El cielo y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará.

Entre las “alegrías” litúrgicas que nos dimos después del Concilio Vaticano II había un Santo que tenía estas palabras como estribillo. “No, no, no pasará, nononono no no pasará…”  Se cantaba a ritmo bailable, y con eso parecía trivializarse un poco la solemnidad del “cielo y tierra pasarán” y sobre todo, del propio Santo de los santos…  El anuncio de que cielo y tierra pasarán (sobre todo en estos tiempos sombríos de amenazas lúgubres de catástrofe por el cambio climático) no parece razón para bailar y dar palmas. Es como celebrar un funeral a ritmo de salsa o merengue incluso si es con la promesa y la certeza de la resurrección. El anuncio es muy serio: cielo, tierra, todo, va a pasar. Por si habíamos disfrutado nuestra estancia en la tierra, se nos hace la advertencia de que todo es pasajero.  La promesa de lo que viene después es, ciertamente, mucho mejor, pero nos aboca a algo desconocido y misterioso y por tanto, algo que causa algo de temor y para lo cual hay que aferrarse firmemente a la fe en la promesa.

La insistencia de las lecturas de hoy va dirigida a leer bien los signos de los tiempos. ¿Cómo permanecer en la fe y la esperanza de que el Reino de Dios no será arrebatado? ¿Cómo reconocer que lo presente, tanto lo doloroso como lo más alegre, es pasajero? Y si es pasajero, ¿para qué seguir esforzándose?  ¿Cómo vivir en este mundo con la paz de quien sabe que nada es para siempre, pero que la Palabra, el Cristo vivo y encarnado, siempre estarán aquí? El seguir caminando, sabiendo que todo acaba se debe al convencimiento de que la Palabra no acaba. Es decir, que por mucho que todo lo visible, lo tangible, lo perecedero pase, ya estamos viviendo y gozando de lo que no acaba. Quizá eso sí fuera motivo suficiente para bailar y gozar; no como quien está en un fiestuco, sino como quien goza del Banquete Eterno.

Cármen Fernández Aguinaco

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