Comentario al Evangelio del 28-10-2025
Ya no somos extranjeros
El “ya” parece indicar que antes éramos extranjeros; que somos una especie de inmigrantes nacionalizados. Pero esto significa ir mucho más allá de una simple retórica de inmigración y de sus consecuencias para los países. Porque no se trata de ese tipo de inmigración y de papeles de nacionalidad. La adopción que se expresa aquí es fuertísima y no un papeleo legal. Porque es una especie de cambio de sustancia. No es ya que ya no somos extranjeros o advenedizos en una buena casa. Es que resulta que somos las piedras bien ensambladas de la propia casa. Es que somos familia de pleno derecho. Edificados piedra sobre piedra como la casa de Dios.
Como a los doce que son las nuevas tribus de Israel y los pilares de la Iglesia, también a nosotros se nos ha llamado por nuestro nombre: Simón, Judas, Tadeo… Ser llamado por el nombre no es solo una dignidad y un reconocimiento debido a cada persona: supone también un fuerte compromiso. Es la propia llamada bautismal, que supone el compromiso a la misión de Dios, a luchar y trabajar para que no haya extranjeros sino más piedras de este enorme y suntuoso edificio que es el Templo de Dios. Los padres inscriben a sus hijos recién nacidos y les dan un nombre y un apellido. Eso es ser edificado, edificar, significa estar ensamblado con otros, a veces sosteniendo desde lo más inferior, y otras sirviendo como minaretes. Parte de una misma familia y llamados por nuestro nombre. Pero un solo nombre no sirve. Tiene que ir acompañado del apellido de familia; el apellido que compartimos con hermanos, primos, miembros de la misma casa. Así tampoco una piedra sola no sirve para nada. Los ladrillos tienen que estar bien ensamblados para hacer un magnífico edificio que es la casa de Dios. Nadie se salva fuera de la familia, fuera de la casa de Dios. Es necesario tener un nombre; ser piedra.
Nunca nos quedaremos fuera de la casa, porque somos la propia casa.
Cármen Fernandez Aguinaco