Comentario al Evangelio del 23-12-2025

Fecha

23 Dic 2025

La importancia de llamarse Juan

La tendencia de hacer de los hijos “clones” de sus padres, llamándoles con el mismo nombre, es cosa que viene de lejos. También en el Israel de los tiempos de Jesús existía esta costumbre. Sin embargo, no hay semejanzas ni parentescos que puedan anular o disminuir la irrepetible originalidad de cada uno. De ahí la importancia del gesto de Zacarías, secundando a su mujer Isabel, de darle a su hijo el hombre de Juan. Zacarías significa “El Señor se acuerda”; y, aunque ese nombre tiene sentido en la situación de un hijo inesperado en la vejez, le cuadra mejor a su padre, pues tiene una inevitable referencia al pasado. El nombre de Juan, “Dios es propicio” (o misericordioso), y también “Don de Dios”, habla de la inminencia de la novedad que Juan habrá de preparar. Zacarías, viejo y mudo, es una buena imagen del Antiguo Testamento: parece que ya nada tiene que decir, pero tiene todavía la fuerza suficiente para dar un último fruto que pondrá punto final a esa larga historia del Dios de las promesas, depositadas en Israel, pero válidas para todo el mundo. Juan dará el testigo a una época nueva, la del cumplimiento. Al darle el nombre de Juan, Zacarías intuye una novedad que el Bautista no inaugura, pero a la que abre el camino ante la inminencia de su venida.

En el nombre va implícita la misión que el hombre tiene que desempeñar en la vida, es decir su vocación. En Juan descubrimos algunos rasgos esenciales de la vocación humana y cristiana. En primer lugar, la llamada: desde el seno materno el hombre está llamado a cumplir una misión en la vida. Es importante entender que no se trata de un destino ineludible que esté escrito de antemano; este carácter abierto de la llamada se expresa muy bien en la pregunta que “todos se hacían”: “¿qué va a ser de este niño?” Se trata, pues, de una llamada dirigida a la propia libertad y que el ser humano debe realizar tomando decisiones propias para responder a ella.

En segundo lugar, esta llamada que debe ser libremente respondida nos dice ya que la vida tiene sentido y que ese sentido comparece desde el mismo momento de su concepción. Por tanto, somos responsables no sólo de nuestra propia vida, sino también de la vida de los demás, que nos es confiada cuando ésta no puede todavía valerse por sí misma. Ahora bien, esta proclamación de sentido puede ser impugnada y lo es con mucha frecuencia. Existen experiencias vitales de decepción y frustración que pueden inclinarnos a pensar así. Pero si se considera atentamente, caemos en la cuenta de que la misma decepción y frustración hablan de sentido, de expectativas que, por algún motivo, no han podido realizarse. Cuando alguien proclama que la vida carece de sentido lo hace siempre con un deje de protesta que reconoce implícitamente el sentido que niega. Si la vida careciera de todo sentido, ni siquiera nos daríamos cuenta de ello y no haría falta ni quejarse ni proclamarlo.

Así pues, Juan, desde el seno materno nos habla de un sentido que es vocación (llamada) y misión, y que es, además, servicio. Este es el tercer rasgo esencial que debemos señalar en la vocación humana y que en Juan es especialmente visible. La misión de Juan es la de abrir camino y luego hacerse a un lado, disminuir él, para que crezca Jesús. Realmente, para poder realizar la propia misión en la vida hay que saber que estamos al servicio de algo que es más grande que nosotros y que, por tanto, no es demasiado importante figurar y estar en el centro. Los grandes acontecimientos, igual que los grandes personajes no serían nada si no fuera por una multitud de personas que, sin figurar especialmente, han vivido con fidelidad su propia vocación y han allanado el camino de eso y esos que son más grandes que ellos, pero que sin ellos no serían nada. El mismo Jesús se ha sometido a esta misma ley de la encarnación, de modo que para poder realizar su misión salvadora ha necesitado del cumplimiento fiel de su misión de otras personas que como Juan de modo muy especial le han preparado el camino.

Al contemplar la figura de Juan el Bautista y meditar con él sobre nuestra vocación y el sentido de nuestra vida, podemos comprender que en toda vocación cristiana hay un componente que nos asemeja al Precursor. Jesús sigue viniendo al mundo, acercándose a los hombres, muchos de los cuales no lo conocen, no saben de él. Para que Jesús pueda llegar hasta ellos, siguiendo las leyes de la encarnación, necesita de precursores y mediadores que allanen el camino y preparen su venida. Nosotros mismos, en algún momento de nuestra vida, tuvimos a algún Juan el Bautista que nos introdujo al conocimiento de Cristo. Y cada uno de nosotros, como todo cristiano, estamos llamados a realizar esta misión, cuando, por medio del testimonio de nuestras palabras y nuestras obras, señalamos, no a nosotros mismos, sino al “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29, 36).

José María Vegas, cmf

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