Comentario al Evangelio del 21-11-2025
La purificación de la Casa de Dios
La lucha por la fe que lleva adelante Judas Macabeo tiene en la purificación del templo un momento culminante. La responsabilidad humana en la acogida de la Palabra de Dios significa también mantener limpia y en orden la casa de Dios. A veces, como en el caso de Judas, la impureza se da por influencias externas: los ídolos de este mundo pueden introducirse en el templo, en la Iglesia, en nuestras costumbres e ideas, en nuestro modo de vida. Es importante estar en vela frente a esos enemigos externos, que pueden deformar nuestra fe. Pero vemos que también Jesús realiza una purificación del templo, y esta vez los que lo manchan y lo transforman en una cueva de bandidos son los mismos representantes del pueblo de Dios: a propósito de las fiestas litúrgicas del templo de Jerusalén, organizaban un mercado que, si bien podía ser legítimo (hacían falta animales para el sacrificio, y banqueros que cambiaran monedas a los peregrinos venidos de todo el mundo), se introducía indebidamente en el espacio sagrado del templo, posiblemente proporcionando pingües beneficios (ya no tan legítimos) a las autoridades religiosas.
La purificación del templo es un símbolo de esos procesos de purificación que todos debemos realizar continuamente para ir creciendo en el espíritu evangélico, y venciendo el espíritu mundano que de tantos modos nos seduce. A veces, nosotros mismos damos pasos para esa purificación, por medio de nuestros exámenes de conciencia personales y comunitarios, y del sacramento de la reconciliación; pero a veces, muy posiblemente, esos momentos de purificación llegan de manera inesperada, y podemos sentirnos violentados por ellos, en forma de críticas, correcciones u observaciones que se nos hacen y para las que no estábamos preparados. El látigo de Jesús nos golpea en ocasiones, y nos llama así a despertar, a reconocer con humildad lo que no está bien en nuestra vida, y a volver al buen camino.
Hoy celebramos la memoria de la presentación de la Virgen María en el templo. Es un anticipo de aquella otra presentación, la de Jesús recién nacido, y que es también la purificación de María. Si hasta María, que no tenía pecado, tuvo la humildad de someterse al rito de purificación, cuánto más nosotros, pecadores, no deberemos someternos con frecuencia a esa purificación a la que Jesús nos somete, a veces incluso dándonos unos azotes.
Fraternalmente,
José M.ª Vegas cmf

