Comentario al Evangelio del 15-12-2025

Fecha

15 Dic 2025

En los los pasajes evangélicos proclamados en la Misa encontramos, con cierta frecuencia, la alabanza que Jesús hace al Padre por la fe de los sencillos y los pobres que aceptan su palabra, es decir que le aceptan a Él como el Mesías y Señor. En la lectura de hoy lo que escuchamos es una respuesta ácida y mordaz a quienes le interrogan acerca de sus autoridad. Una respuesta que desconcierta a sus interlocutores porque desvela su soberbia e hipocresía. Se creen con autoridad porque se tienen por superiores y sabios. Y por supuesto lo son. Digamos que son la “clase alta” entre los judíos. Sacerdotes del Templo, rabinos y escribas conocen la Ley Sagrada y también los enredos políticos y los resortes del poder… Pero no son capaces de explicar dónde se sitúan y porqué en relación con el Bautista decapitado por Herodes. Demasiado comprometida la respuesta.

Tanto a favor de Jesucristo, que los conoce mejor de lo que cada uno se conoce a sí mismo y silencio inmediato de los inquisidores. La verdad es que Jesús ha jugado con ventaja en el duelo dialéctico, como no puede ser de otra manera.

Primera reflexión: sin duda el Señor conoce nuestras inquietudes y nuestras preguntas aún antes de que las formulemos. Seguramente, alguna vez le hemos pedido explicaciones… Él no nos rechaza, nos entiende de sobra ¿Quién como Jesús conoce el interior de los corazones? Hemos rezado muchas veces esa oración de comienzo sorprendente: “Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío…” Este Dios al que adoramos, Creador y Padre ha venido a nuestra carne y se ha hecho hombre.

Y segunda reflexión: ante lo que no entendemos la única condición para que Dios nos devuelva la paz y nos de fuerza es la actitud humilde y confiada. Esa actitud humilde con la que aceptamos su autoridad, su poder y su bondad redentora es la condición para que acojamos su respuesta, su aparente silencio, el sufrimiento que experimentamos a veces y la esperanza de conocerlo y ver su rostro resplandeciente de poder y de amor, contemplándolo indefenso en Belén, en su vida culminada en la Cruz y, especialmente (lo que hiciéreis con uno de estos conmigo lo hacéis) en todo aquel que sufre a nuestro lado.

Virginia Fernández

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