Comentario al Evangelio del 13-12-2025
Hay gente que va corriendo de lugar en lugar buscando lo maravilloso, lo milagroso. Peregrinan de aparición en aparición. Es como si tuviesen necesidad de encontrar una ventana al cielo, al otro mundo, que les confirmase en su fe. Porque lo que tenemos parece que no es suficiente. Tengo la impresión de que esa gente, ciertamente con toda la buena voluntad del mundo, pero no ha entendido nada de lo que es el Evangelio, el mensaje de Jesús y la misma realidad de la Encarnación.
La verdad es que en Jesús Dios ha dicho donde quiere estar, donde quiere aparecerse en nuestro mundo. Y no ha sido precisamente en apariciones, luces ni eventos milagrosos. Dios se ha hecho presente en nuestro mundo andando nuestros caminos, cerca de los pobres y pecadores, haciéndose impuro con los impuros, frecuentando lugares de pecado a los que no se dignan ir las personas decentes. Jesús no fue hombre del templo. Oraba sí, pero hacía de la naturaleza su santuario. Y no tenía inconveniente en interrumpir su oración para atender a los que le buscaban, casi seguro que pensando más en la ayuda que podían recibir de él que en adorarle como hijo de Dios.
Pero no ha sido solo Jesús, son veinte siglos de historia, de testigos vivos, que no han hecho milagros ni se han aparecido rodeados de luces, pero en nombre de Jesús han estado cerca de los que sufren de cualquier manera haciendo presente con sus manos abiertas, con su corazón atento a las necesidades y dolores de los hermanos y hermanas con que se cruzaron por el camino el amor de Dios.
En ellos ha venido ya Elías y Jesús y todos los que tenían que venir y los que seguirán viniendo. El problema es que en lugar de mirar a estos testigos, quizá porque no son mediáticamente llamativos, prefieren / preferimos buscar el milagro, la luz, la aparición. Y nos perdemos a Dios mismo allí donde se quiere hacer el encontradizo con nosotros: en los pobres y en los que sufren.
Fernando Torres, cmf

