Comentario al Evangelio del 10-11-2025
Este texto evangélico anda entre el escándalo y la fe. Así que voy a decir algo sobre cada tema. Cuando pensamos en el escándalo, pensamos siempre en la actitud pública de alguien que no corresponde con lo que debería hacer o con la forma como debería comportarse. El político que descubrimos que es corrupto supone un escándalo público. El sacerdote que resulta que es pecador y que cumple mal con su misión al servicio de la comunidad nos escandaliza. Pero esas figuras han existido siempre. Y existirán. En la sociedad y en la iglesia. Para ser sincero, que pasen esas cosas no me escandaliza.
Lo que de verdad me escandaliza es cuando me encuentro con un cristiano devoto, de los de misa diaria para entendernos, que no es capaz de perdonar, que está envuelto en un manto de rigidez tal que, cuando habla, acusa y condena en el mismo acto a los que no piensan exactamente como él.
Me explico: que los malos sean malos es algo esperable. Los ladrones roban, los corruptos corrompen. En cierto sentido es lo normal, lo lógico. Lo peor es cuando los buenos se corrompen y hasta poniendo por delante la virtud y su amor a Dios, hacen precisamente lo que Dios no haría nunca: condenar. Conclusión: tratemos de no dar escándalo a nadie. Si somos seguidores de Jesús es para hacer presente en nuestro mundo el amor, la misericordia, la fraternidad, la justicia, la atención a los más pobres y marginados. Lo contrario supone ciertamente dar mucho escándalo.
Lo contrario significa que nuestra fe no es de verdad auténtica, que quizá hemos puesto nuestras ideas por encima de Dios mismo. Con los discípulos tenemos que pedir al Señor que aumente y purifique nuestra fe. No para ordenar a las plantas que cambien de lugar y hagan lo imposible sino para que nuestro corazón se llene del amor de Dios y hagamos llegar a los que nos rodean. Eso es mucho más útil para nosotros y para el Reino.
Fernando Torres, cmf

