
La oración de intercesión
En el marco del Año de la Misericordia, este domingo podemos meditar de manera especial, desde las lecturas que se proclaman, acerca de la obra espiritual de orar por los vivos y por los difuntos.
En el marco del Año de la Misericordia, este domingo podemos meditar de manera especial, desde las lecturas que se proclaman, acerca de la obra espiritual de orar por los vivos y por los difuntos.
Cuando ya no sabemos cómo orar, el Espíritu, en gemidos demasiado profundos para ser expresados en palabras, ora a través de nosotros. San Pablo escribió esas palabras, que contienen una sorprendente revelación y un admirable consuelo, a saber, hay una profunda oración que se da dentro de nosotros más allá de nuestra conciencia e independiente de nuestros deliberados esfuerzos
Aprender a meditar no es una habilidad; es más bien aprender a deshabilitar procesos aprendidos, estructurados, esclerotizados, endurecidos. Meditar es hoy un estereotipo.
Muchos se sienten mal y se agobian porque queriendo orar, quieren orar a su modo. Quieren conducir el proceso de su oración personal, lo que es impensable, quieren sentirse de un modo determinado creyendo que la oración requiere estar feliz, alegre, centrado.
Hay un espacio en nosotros que no quiere llorar, no quiere sentir nuestro propio mal, no quiere llevar nuestro dolor a un lugar de silencio interior y no quiere depositar nuestras propias heridas en nuestro corazón.
“Quiero misericordia, y no sacrificios” (Sal 116). Si conociéramos el amor de Dios, ¡si quedáramos, como representa la imagen con la que acompañamos el texto, con los ojos fijos en quien se entregó por nosotros!