
23 de Mayo, María, la Elegida de Dios
María, tú eres consciente del privilegio de que Dios se haya enamorado de ti. Era algo impensable. Te sobresaltaste, pero diste fe a las palabras del arcángel Gabriel.
María, tú eres consciente del privilegio de que Dios se haya enamorado de ti. Era algo impensable. Te sobresaltaste, pero diste fe a las palabras del arcángel Gabriel.
María, cómo agradezco la intuición de leer las Escrituras teniéndote presente y leerlas contigo. Es verdad que todos los textos deben interpretarse desde Cristo, y creo que tú fuiste la primera en comprender la Biblia tomando como clave el acontecimiento de la Encarnación.
Virgen María, hoy me uno a tu cántico de alabanza, porque en ti Dios derramó su gracia. Tú eres la obra maestra de la creación, el éxtasis del Creador, el desbordamiento de la belleza divina.
María, siempre me sorprendo cuando leo en los evangelios lo dócil que era Jesús a su Padre. Aquel por quien y para quien se hizo todo, afirma de sí que no actúa por su cuenta, sino por lo que ha oído y visto a su Padre.
Virgen María, en verdad tú eres la puerta escogida por Dios para que su Hijo viniera al mundo, gestado en tus entrañas como verdadero hombre. Dios ha querido que tú fueras la mediación necesaria para que el Verbo tomara carne.
Tú, Señora, fuiste llamada por tu prima Isabel: “Dichosa, por haber creído”; sin duda que fue por tu fe por lo que supiste escuchar, guardar y meditar las palabras que oías a tu Hijo, y sobre todo, permanecer de pie junto a la Cruz, en vez de derrumbarte y de quedarte encerrada.
Madre, a medida que voy contemplando los textos litúrgicos que se proclaman en Pascua, desde el deseo de recorrer este tiempo contigo, me voy dando cuenta de la relación íntima que se da entre las palabras de tu Hijo y tu forma de vida. Sin duda fuiste la discípula más fiel del Evangelio.
Al escuchar el discurso de tu Hijo en Cafarnaúm, en el que invita a todos los hambrientos a acercarse a Él, y al contemplar que tú, según San Mateo, tuviste que bajar con Jesús a Egipto, descubro el paralelo que hay entre los textos, y a ti en medio de los caminos, abrazando en tu regazo a quien saciaría nuestra hambre.
María, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre, el Pan Santo. Justamente las escenas de Pascua giran en torno al Cenáculo y a la fracción del pan.
Hoy te pido que salgas a los caminos, como lo hiciste subiendo a la montaña de Judea, que te pares en tantos albergues, posadas, hoteles, residencias de ancianos, casas en los cascos viejos de la ciudades, donde viven personas mayores y solas, y que seas para ellas consuelo y acompañamiento.
Hoy nos reclaman mayor sagacidad para anuncia el Evangelio en la periferia, en los caminos, pero bien sabes que uno puede vivir la intemperie si guarda en su interior la certeza de que es amado. No dejes, madre, de hacernos sentir tu amor.
Hoy nos reclaman mayor sagacidad para anuncia el Evangelio en la periferia, en los caminos, pero bien sabes que uno puede vivir la intemperie si guarda en su interior la certeza de que es amado. No dejes, madre, de hacernos sentir tu amor.
Al contemplar tu intervención en la boda de Caná de Galilea, sensible al problema que habría podido entristecer algo la fiesta si al final del banquete hubiera faltado el vino, descubro no sólo tu gesto solidario en una situación penosa, como pudo ser asistir a tu prima en su parto, sino tu acción magnánima, para que no falle tampoco lo festivo.
María, con tu actitud solidaria de subir deprisa a la montaña para acompañar a tu prima Isabel, ya anciana, y ayudarla en sus tareas durante tres meses, hasta dar a luz al pequeño Juan, nos enseñas a poner amor en nuestro trabajo y prestar nuestras manos y capacidades en favor de los demás.