
Orar en momentos de crisis
¿Cómo podemos elevar hacia Dios nuestros momentos más oscuros, más deprimidos y solitarios? ¿Cómo podemos orar cuando nos sentimos tan profundamente solos, desamparados, y todo nuestro mundo parece estar derrumbándose?
¿Cómo podemos elevar hacia Dios nuestros momentos más oscuros, más deprimidos y solitarios? ¿Cómo podemos orar cuando nos sentimos tan profundamente solos, desamparados, y todo nuestro mundo parece estar derrumbándose?
Prácticamente en todas sus novelas, Milan Kundera, manifiesta una fuerte intransigencia con cualquier clase de ideología, despliegue publicitario o moda que provoque pensamiento de grupo o histeria colectiva.
Una forma de espacio, aunque elemental, puede ser la llamada relajación, hoy tan trivializada. Asumida desde la fe, es descanso, y un relativo espacio abierto al amor de Dios; un espacio en la propia corporalidad
"No sabemos orar como conviene", decía san Pablo en la carta a los Romanos. Nadie podría enseñarnos a orar como Jesús y, por eso, le suplicamos como sus discípulos: "Señor, enséñanos a orar".
La familiaridad engendra desdén. También bloquea el misterio de Navidad, ya que genera una percepción de la vida que no permite ver la divinidad dentro de la humanidad.
Todos nosotros, en diferentes momentos de nuestra vida, nos encontramos solos, perdidos, perplejos, y tentados de despistarnos por un camino que no nos conducirá a la vida. En tales momentos necesitamos acercarnos a Dios con una oración decididamente honesta, franca y humilde.
En nuestros momentos de mayor reflexión sentimos la importancia de la oración; sin embargo, tenemos que luchar para orar. No nos resulta nada fácil una oración sostenida y profunda. ¿Por qué?
El principio que rige el proceso oracional es que 'todo sea sin violencia'. Todo ha de estar a la altura del corazón, donde la relación de amor se humaniza y donde la persona está contenida.
Orar es gracia de Dios y también un arte que se ha de ejercitar. Se puede aprender a recoger el espíritu antes de entrar en la oración...
O dejamos de orar o dejamos de pecar y racionalizar. ¡El mayor peligro moral en nuestra vida consiste en que, lamentablemente, dejemos de orar!
Cáritas, Delegación de Apostolado Seglar, Delegación de Migraciones, Delegación de Pastoral del Trabajo, EPPOs, HOAC, HTT, JOC y Justicia y Paz convocan la III Vigilia con las personas empobrecidas, una iniciativa de oración que se desarrolla dentro de la Jornada Diocesana de Lucha contra el Paro.
Para orar delante de la Cruz. Breve pero bien escrita
La mente no sabe ‘estar’ ante un acontecimiento que no ve, ni toca, ni controla; ante un acontecimiento en el que el cuerpo no responde; la mente se revuelve inquieta, siempre a la expectativa y a la espera de resultados inmediatos.
Frecuentemente no llevamos lo suficientemente lejos nuestra búsqueda de la verdad. Habiendo ejercitado nuestro intelecto hasta un cierto límite, creemos que no hay esperanza de posterio res descubrimientos o investigaciones.
Jesús continúa su enseñanza sobre la oración: antes insistió en la constancia, ahora en la humildad. Lo ilustra contrastando la oración de un fariseo y la de un publicano.
La oración resulta fácil solamente a los principiantes o a los ya santos. Durante todos esos largos años intermedios, la oración es difícil.
Pocas veces encontramos palabras que apelen a tanta autoridad como las que dirige San Pablo a Timoteo. “Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juzgar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la palabra”.
Oración para los primeros días de clase del nuevo curso. Contar también con Dios al empezar.
Hay una buena razón por la que espontáneamente nos sentimos incómodos frente a gestos patentes de intimidad que pretenden realmente expresar emoción personal.
En todas partes se nos advierte sobre los peligros de hacer algo simplemente porque es un deber, que hay algo que va mal cuando los movimientos del amor, oración o servicio se vuelven rutinarios. ¿Por qué hacer algo si no tienes puesto en ello tu corazón?