Hay una región de España, Andalucía, donde tanto en los villancicos tradicionales navideños como en las representaciones populares de la Navidad aparecen muy a menudo los signos de la pasión: los clavos, la corona de espinas, etc. Es posible que la intuición popular se haya dado cuenta de que ese nacimiento de Jesús que celebramos con tanto gozo iba a terminar mal. Como terminan mal casi siempre todos los profetas.
Para ser realistas, tampoco el nacimiento de Jesús presagiaba nada bueno. Aquel “no encontraron posada” ya decía mucho sobre la pobreza de la familia y sobre su marginación. Porque al final se tuvieron que meter en una cueva donde guardaban los animales. Por muy bonito que nos quede el Belén, el lugar ciertamente era bastante asqueroso y maloliente.
El Evangelio de hoy habla del que tenía que venir antes que Jesús. Le llaman Elías. Y dice Jesús que sí que había llegado pero que no lo habían recibido. ¿Desde cuándo son bien recibidos los profetas? Y termina Jesús diciendo que también el Hijo del hombre (una forma de hablar de sí mismo) va a padecer a manos de ellos. Es decir, a las mismas manos que habían maltratado a los anteriores profetas.
Es cierto. Así va a ser la vida de Jesús. Tan maltratado va a ser que va a terminar en la cruz. Los profetas molestos, los que dicen la verdad, los que nos invitan a salir de los caminos trillados de siempre (los que nos llevan al camino de la venganza, de la guerra, del odio, de la destrucción, que tantas veces hemos recorrido las personas y los pueblos a lo largo de la historia), tienen poco y mal futuro.
Seguir a Jesús tiene consecuencias. Sobre todo, si nos comprometemos, como él, en la defensa de la justicia, de la verdad, de los oprimidos, sobre todo si nos hacemos hermanos de todos. Ahora es tiempo para prepararnos para celebrar la Navidad pero sin perder la perspectiva: el que nace no lo va a tener fácil en la vida. Y terminará mal. Porque el Reino no va a ser del gusto de todos.
Fernando Torres, cmf