Queridos amigos y amigas:
El Adviento abre un tiempo de gracia en el que somos invitados a contemplar las promesas de Dios con esperanza renovada y a preparar el corazón para recibir a Cristo, luz del mundo. Las lecturas de hoy, tomadas de Isaías y del Evangelio de Mateo, nos conducen a reflexionar sobre la esperanza escatológica y la fe como respuesta a la venida del Señor.
En Isaías (2, 1-5), se presenta una visión profética cargada de esperanza: el monte del Señor será el centro de atracción para todas las naciones. Este monte simboliza la soberanía de Dios y su promesa de instaurar un reino de justicia y paz. La imagen de las “espadas forjadas en arados” y las “lanzas convertidas en podaderas” nos invita a soñar con un mundo transformado por la paz, donde las relaciones humanas no estarán marcadas por el conflicto, sino por la cooperación y la armonía. Es un llamado a caminar a la luz del Señor, dejando atrás la oscuridad del egoísmo y la violencia, para abrazar el camino de la conversión personal y comunitaria.
Por su parte, el Evangelio de Mateo (8, 5-11) nos muestra un ejemplo concreto de fe y esperanza en la figura del centurión romano. Este hombre, un pagano y representante del poder opresor, reconoce en Jesús la autoridad divina y deposita en Él una fe sincera y humilde: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo, pero una palabra tuya bastará para sanar”. Su confianza en el poder de la palabra de Jesús nos enseña que la fe trasciende las barreras culturales, sociales y religiosas, abriendo las puertas del Reino de los Cielos a todos los que, como él, se acercan con corazón sincero.
Estas lecturas se entrelazan en el mensaje central del Adviento: Dios cumple sus promesas y nos invita a ser parte activa de su plan de salvación. El monte del Señor y el banquete escatológico prometido en el Evangelio son imágenes de la plenitud del Reino, donde se reunirán hombres y mujeres de todos los rincones del mundo. Este Reino, sin embargo, no es solo una realidad futura, sino que comienza a manifestarse aquí y ahora, cada vez que nos abrimos al poder transformador de la fe y la esperanza.
El Adviento nos desafía a vivir con una espiritualidad de esperanza activa. Como el centurión, estamos llamados a confiar plenamente en el Señor, incluso en medio de nuestras incertidumbres y dificultades. Como Casa de Jacob, debemos caminar hacia la luz, comprometidos con la construcción de un mundo donde la justicia, la paz y la reconciliación sean una realidad visible. Este tiempo litúrgico nos invita a preparar nuestro corazón para la venida de Cristo, permitiendo que su presencia transforme nuestras vidas y las del mundo entero.
“Venid, caminemos a la luz del Señor” (Is 2, 5). Con esta exhortación, Isaías nos anima a dar pasos concretos hacia la conversión, a vivir el Adviento como un tiempo de renovación personal y comunitaria. Que la fe humilde del centurión y la visión profética de Isaías sean para nosotros una guía en este camino de espera activa y esperanza profunda.
Fraternalmente,
Edgardo Guzmán, cmf.
eagm796@hotmail.com