Comentario al Evangelio del

CR

Queridos amigos y amigas:

Estamos viviendo la última semana del tiempo pascual. Con ella, concluiremos la lectura continuada de los dos libros que nos han acompañado durante estos cincuenta días: los Hechos de los Apóstoles y el evangelio de Juan. A través de ellos hemos conocido mejor a Jesús y a su comunidad. Hemos aprendido también a encontrar un “punto de vista” objetivo en medio de nuestras incertidumbres. ¿Cuántas veces hemos discutido sobre la identidad de Jesús o sobre la naturaleza de la Iglesia? Muchas de las cuestiones debatidas hoy tienen que ver con estas dos realidades. ¿No nos hemos abandonado a menudo a nuestras impresiones superficiales, a la fuerza de la opinión pública, sin acercarnos a las fuentes que las iluminan?

¡Ojalá, como fruto de la Pascua de este año, hayamos aprendido a dejarnos educar por la fuerza de la Palabra! Nuestras opiniones pueden ser interesantes, novedosas, incluso proféticas, pero la única palabra que “da vida” (y, por lo tanto, que cambia a las personas) es la Palabra de Dios.

Hoy encontramos a Pablo en Éfeso. El encuentro con unos discípulos que habían recibido el bautismo de Juan da pie para acentuar el significado del bautismo cristiano, que no es tanto un signo de conversión cuanto un nuevo nacimiento en el Espíritu. Lo sucedido en Éfeso pone de relieve la acción del Espíritu y los frutos que produce en quienes lo reciben.

En el largo testamento de Jesús, concentrado en los capítulos 13-18 del evangelio de Juan, hoy el Señor advierte a sus discípulos sobre lo que les va a suceder cuando él ya no esté físicamente con ellos: se producirá la dispersión de la comunidad y aumentarán las luchas con el mundo. Frente a estos dos fenómenos, que siguen presentes en toda comunidad cristiana, Jesús nos invita a “tener valor” porque él es la fuente de la paz (Encontraréis la paz en mí) y porque con él la victoria es posible (Yo he vencido al mundo). Por desgracia, estas palabras nos parecen maravillosas hasta el momento preciso en que nos toca vivir en carne propia situaciones reales de dispersión o persecución. Entonces se nos antojan demasiado idealistas y echamos mano de la psicología o de otras destrezas más a ras de suelo. ¿Habremos creído de verdad en lo que Jesús nos promete o lo habremos reducido a una exhortación piadosa sin fuerza real de cambio?